Hola gremio. Este vez os traigo el relato sobre la partida temática que hechamos el otro día sobre la caida del mundo de Sotha a manos de los tiránidos del enjambre Kraken.
Espero que os guste.
Prólogo
Raquel jugaba distraída con su muñeca encima de una roca
en el campo, absorta en su felicidad por el regalo de su padre. De vez en
cuando sentía algún temblor, pero no quiso darle importancia y disfrutar
durante un rato, ya que en los últimos tiempos todo estaba muy alborotado, y ni
siquiera comprendía cómo su padre había tenido tiempo para ella, ya que casi
nunca le veía por su trabajo y porque la academia sororita le s había terminado
por distanciar.Tan sólo sabía en aquel momento que era feliz y esperaba que
durase lo suficiente como para llevarse un buen recuerdo.
Anduvo cerca del riachuelo distraída, y con una nueva
sacudida cayó al suelo, dejando caer su muñeca al río. Quedó boca arriba,
viendo como bandadas de aves surcaban el cielo despavoridas. Ella se incorporó
enseguida buscando su muñeca. Vio cómo la corriente se la llevaba y corrió por
el margen del riachuelo intentando agarrarla desesperadamente. Corrió entre las
rocas y cayó al suelo.
-Raquel, ¿te has hecho daño? –Le preguntó su padre con cierta
frialdad.
-No, no ha sido nada.
Le entregó su muñeca, que se había deshilachado al chocar
por las rocas del río. Entonces miró apenada a su padre, aunque también
confusa, ya que llevaba el traje de trabajo para un viaje al campo.
-Papa, mi muñeca se ha roto.
Él la miró con solemnidad.
-Ya la arreglaremos hija, pero hoy no. Ahora tenemos que
irnos…
La cogió en brazos y marchó durante un rato hasta subir
la loma. Varios aviones Hares de doble hélice sobrevolaron sus cabezas a baja
altura y la niña quedó impresionada ante su tamaño y velocidad. Desde la cima, se percibían los
grandes transportes destinados a la población, que se agolpaba en el
espaciopuerto, emitiendo un ruido característico al que Raquel estaba
acostumbrada, pero no entendía por qué había tanta gente esperando a embarcar.
-¿Papa, se va todo el mundo? –Preguntó confusa.
-Y nosotros también, hay que hallar un lugar más seguro.
A ellos se acercó un aerodeslizador modelo Raven
descubierto mientras alguien gritaba el nombre del padre de Raquel.
-¡Gobernador Parker, gobernador! –Gritaba el mayor
Garruson-. ¡Los tiránidos han atravesado el sistema de defensa!
Ambos subieron al transporte aprisa. Raquel sonrió al
mayor, que le lanzó una sonrisa cómplice pero estaba muy serio. Le caía bien a
Raquel porque era su vigilante y le trataba muy bien, y le había enseñado a
defenderse de los cretinos de la academia que se habían metido con ella en
alguna ocasión. Le acompañaba la hermana Sortis, su cuidadora y maestra
particular, mujer de carácter que nunca le dejaba divertirse.
-¿Evacuaremos a la población a tiempo? –Preguntó el
gobernador.
-No si nos quedamos aquí charlando –dijo con ironía el
mayor.
-¿El transporte del señor Thorcyra está preparado?
–Preguntó de nuevo.
-Sólo falta usted señor -dijo la hermana.
Abrochó el cinturón de seguridad a Raquel mientras esta
veía con pasmo cómo el cielo se nublaba con inmensas nubles grisáceas de las
que empezaban a salir extraños nubarrones rojizos.
-Espionaje del Ministorum dice que los tiránidos
desconocen dónde está la fortaleza principal de Riglia o ya habrían atacado
este cuadrante –planteó el mayor mientras elevaba el vehículo.
Confiemos en que sea así –dijo con brusquedad el
gobernador.
El espaciopuerto rebosaba de actividad. Cientos de
personas con lo que habían podido recoger aprisa se agolpaban en los muelles de
embarque mientras los arbitres intentaban imponer orden ante el caos que
empezaba a extenderse. Algunas naves empezaron a despegar dejando un enorme
rastro de humo y Raquel se asustó un poco ante los acontecimientos que no
llegaba a entender, pero dedujo que era una situación muy seria viendo el
rostro de su padre.
Aterrizaron delante de un colosal transporte con varias
rampas en donde se agolpaba la población esperando a ascender a sus asientos. Raquel
desembarcó cogida de la mano de la hermana Sortis, que la retenía con su
característica impasibilidad, y se resignó a estarse quieta, aunque tampoco
quería decepcionar a su padre, que discutía acaloradamente con un soldado
imperial de verde gabardina que había bajado de un transporte muy ruidoso de
largas alas.
Empezaba a reinar un caos cada vez mayor, pero Raquel
dejó de prestar atención inmediata a tan terrenales distracciones cuando una
gigantesca nave de guerra hizo aparición en los cielos, que se llenaron de relámpagos
extraños en sus inmediaciones. Avanzaba como un coloso entre las nubes
emitiendo ráfagas que asustaban a Raquel, que confundía con truenos. A lo
lejos, una nave que ya había visto en alguna ocasión hizo acto de presencia y
de sus hangares salió despedido un transporte modelo speeder que se posó
delante de ellos. La nave aterrizó delante suya a escasos metros. Salieron dos
imponentes marines espaciales que formaron a cada lazo y bajó otro imponente
guerrero escoltado por otros tres de blanco casco que caminaron hasta el padre
de Raquel.
-Gobernador, lord Thorcyra exige que evacue
inmediatamente. La lluvia de esporas es inminente. No podemos permitir que
caiga a manos del enemigo, el riesgo es inaceptable.
-Sargento Quintos lo entiendo. Me dirigiré al sector
oeste de Riglia inmediatamente a entregar el informe al lord.
Raquel escuchó toda la conversación y la angustia la
llenó del miedo de no volver a ver a su padre. Se soltó de la mano de la
hermana Sortis y corrió a abrazar a su padre. Se fundió con él en un abrazo
lateral, pero cesó en sus fuerzas de inmediato al ver la enorme figura de aquel
terrorífico guerrero embutido en armadura que le miraba con aire de
indiferencia, pero incluso sintió su cercanía, y no le inquietó su presencia.
-¡No puedes venir conmigo hija! –Le espetó su padre.
-¡Pero yo quiero ir contigo!
La miró con ternura mientras aclaraba al mayor con una
voz que enseguida subiría al speeder con él. Alzó a su hija y la besó con
fuerza en la mejilla,
-No estarías a salvo. Hija, eres lo único que me queda en
esta triste vida. –Le dijo mientras la entregaba en brazos a la hermana -.
¡Siempre estaré contigo!
Observó con tristeza cómo el destino se llevaba a su
padre con aquellos marines espaciales. Nunca más volvería a verlo, pero no lo
sabía. Subió al transporte y en breves instantes estaban en órbita baja. Ante
las exclamaciones de los tripulantes quiso mirar por la ventanilla pero apenas
pudo ver nada, sólo sentir las perturbaciones de la atmósfera. Finalmente lo vislumbró:
unas masas extrañas que terminaban en apéndices y constelaciones vivas de color
ocre y anaranjado a la luz del sol que se extendían hasta más allá de lo que su
vista podía abarcar, que le pareció siniestramente hermoso. Sintió aun mayores
perturbaciones al entrar en el espacio y vio la batalla espacial que se libraba
por toda la atmósfera del planeta hasta donde le alcanzaba la vista.
Entonces comprendió que aquello no sólo se había llevado
a su padre, sino también su infancia.
El augurio carmesí
1. Congregación de
fuerzas
El Vastago de
Catachán hacía tiempo que había zarpado de la menor de las lunas de Iravon.
El comandante Mallory se había puesto al mano de la compañía entera por orden
del alto mando imperial del sector que había ordenado el apoyo militar a Sotha.
En sus bodegas iban refuerzos de cientos de piezas de artillería y en sus
barracones se encontraban los Rudos de Harkam Mallory, veteranos de diez
mundos, algunos de ellos combatientes del sector renegado de Gorlau o de las
peligrosas anomalías de Irxos V. Sea como fuese, había ánimo de enfrentarse a
los tiránidos y demostrar de nuevo su valía. Su valía se había endurecido con
esas campañas y los soldados estaban henchidos de orgullo.
A esta congregación le seguían otros dos cruceros de tipo
tormenta, el Estelar y Venganza Astral como naves de apoyo. Comprendían una fuerza numerosa que serviría de apoyo a la vanguardia
de los Guadañas del Emperador en su resistencia contra el enjambre Kraken.
No tardaron en llegar al sistema estelar de Sotha cuando
se empezó a ordenar por megafonía a formación, pues en cuestión de horas se
produciría el desembarco y las tropas de Harkam sabían lo exigente que era su
comandante. Las secciones se colocaron en posición con sus apoyos de artillería
y transportes de tierra y aire. La primera columna desembarcaría en Riglia y el
resto desembarcaría en los cuadrantes sur y este. El resto de la compañía se
dirigiría a los otros sectores del planeta.
El comandante mandó a reunir a sus subalternos en el
puente de mando del Vástago de Catachán.
Todos acudieron sin demora excepto Hicks, que seguía revisando los transportes
y la sección de mecánica ante últimos contratiempos. Todos se fueron colocando
en la mesa de mando en una sala que sólo quedaba iluminada por los
parpadeos de avisos, los holopaneles y la luz de las estrellas que entraba por
los góticos ventanales de arco apuntado. Todos esperaban que Mallory, que aun
continuaba escudriñando la inmensidad del vacío, se diese la vuelta para
empezar la reunión.
Todos le miraban con aire de impaciencia, pero este
continuó mirando por el vano del puente de mando y entrecerró su ojo biónico,
como si sintiese algo, el murmullo de un temor sin nombre. Entonces se dio la
vuelta con sus manos sujetadas a su espalda.
-Caballeros, bienvenidos. El mando de los Guadañas del
Emperador se ha comunicado con nosotros. Ya saben cuál es su cometido y espero
lo máximo de ustedes como siempre, pero propongo que haya un cambio respecto a
nuestra ubicación de ataque.
Todos le miraron con expectación.
-Como ustedes saben, la flota enjambre kraken dispone de
millones de efectivos y nosotros de apenas un puñado de miles de hombres, amen
de lo que ofrezcan los marines espaciales y las fuerzas de defensa planetaria.
>>Es por ello que voy a ofrecer una resistencia
concentrada en el flanco izquierdo del señor del capítulo –dijo desplegando un
holograma-. El barrido de escáner muestra una estructura sólida del bastión. El
comandante marine espacial ya ha sido informado pero no hay tiempo para su
respuesta.
-¡Pero señor, es muy arriesgado! –Le espetó un suboficial
de la flota -. ¡En primera línea puede perecer, y el manual de los oficiales
indica que es una equivocación táctica! Los oficiales no deben perecer o caer
en manos enemigas.
Mallory le sonrió con sarcasmo mientras el oficial
veterano enseñaba sus caninos durante un lapsus como signo de desagrado. El comandante
le lanzó una mirada inquisitiva.
-Veo que ha hecho los deberes y conoce bien la normativa,
pero le recuerdo una gran verdad. Soy de Catachán, y allí las normativas pueden
metérselas por el culo.
>>Dominaremos el bastión este y daremos tiempo al
resto de refuerzos a que se reorganicen y que la población pueda escapar. Quiero
que varias columnas eviten la entrada al enemigo al campo de lanzamiento. Serán
nuestras prioridades. Pueden retirarse.
Todos fueron discutiendo en murmullos las tácticas a
seguir. Entre los oficiales entró Hicks con el equipo de combate y se dirigió
hacia su comandante, que hablaba con el astrópata en el puente.
-Señor –dijo con saludo militar-, Los Rudos están
deseando que los lancen a la boca del infierno.
-Bien, que se preparen todos para maniobras de desembarco
a las catorce horas. Habrá combate aéreo; no quiero más contratiempos. Mis
Rudos desembarcarán conmigo. En tierra los dirigirás tú, yo desde el centro de
mando. Esperemos que no haya caído la fortaleza para nuestra llegada.
Mientras tanto, en tierra, los mandos de los marines
espaciales habían recibido el plan de ataque de la Guardia Imperial y Thorcyra
no estaba seguro de que fuese una buena idea. Era cierto que su plan de ataque
suponía atender el frente de la fortaleza que ya recibía el asalto tiránido,
descuidando los bastiones, pero se le antojaba arriesgado que el mando militar
imperial se ubicase con confianza allí. Aun así, tenía entendido que Mallory
era un testarudo veterano de Catachán y era mejor no discutir con él y ceder en
el mando de fuerzas, y porque no quedaba tiempo para discutir. Sus fuerzas
estaban ya exhaustas y diezmadas, ya quedaban menos de quinientos marines en
todo el planeta y sólo su élite entre la fortaleza y la muerte; el planeta
estaba empezando a quedar sentenciado.
-Mi señor, -empezó a plantear el sargento Tiresias -, tal
vez debería embarcar ya.
-Inapropiado mi querido hermano. El capitán Hermes ha
muerto en Dembhal a manos de los alienígenas y soy el último mando que os
queda; no abandonaré a mis hermanos a su suerte.
-De todos modos, -argumentó Thrasius tras salir de su
trance psíquico –tenemos suerte de poder haber enviado peticiones de ayuda. Las
barreras psíquicas del enemigo son impasables. Ni yo puedo vislumbrar la luz
del Emperador. Aun así he vislumbrado la esperanza en el tercer ojo de Israh y
hay una posibilidad. ¡Mi señor, que los reclutas salgan en vuestra nave.
Nosotros los contendremos para que vos podáis zarpar en mi nave!
-¿Y qué será de ti hermano? –Le preguntó fraternalmente
Thorcyra.
-Será el modo de pagar por mi falta de sincronía con el
inmaterium y mi incapacidad para poder haber previsto este desastre.
-Nadie podría haberlo hecho bibliotecario –le compadeció
el sargento Remas con la cabeza gacha.
Entonces se abrieron las compuertas y la luz dejó
entrever una figura envuelta en rojizos ropajes y un murmullo electrónico que
se acercaba. Era un magos del Adeptus Mechanicus, que se inclinó con reverencia
al llegar a la altura del señor del capítulo.
-Mi señor Thorcyra, mi gremio dará su vida por la sagrada
tarea del mantenimiento del manufactorium de la ciudad. Todas las provisiones
han venido a la fortaleza; es a vida o muerte ya. Los trabajadores del
mechanicum orchestra están a vuestra disposición para lo que mandéis. Con gusto
daremos la vida por nuestro mundo y por vos.
El señor del capítulo le dejó caer la mano en el hombro.
-Me alegra saber que siempre la fe da sus recompensas.
Hubo un temblor, y la sacudida hizo caer regueros de polvo
del techo. Por megafonía se oyó una distorsión escalofriante seguida por gritos
de agonía y ráfagas de disparos.
-Nuestros sicarian están sobre el terreno y han informado
de que la ciudad ya está siendo asolada. Hemos perdido las comunicaciones a
larga distancia… -dijo hurgando en sus holoescáneres.
El señor del capítulo cogió su guadaña y se irguió
mirando desafiante a sus camaradas.
-Muy bien caballeros, es la hora de rendir cuentas ante
el hacedor.
2. La resistencia
La ciudad ya era un montón de ruinas. La
última resistencia radicaba en el bastión de la fortaleza principal de los
marines espaciales, que aguantaban en la brecha del muro oeste estoicamente,
pero cada baja era irreemplazable y los tiránidos venían en número infinito.
Pero el hecho de luchar por su hogar había convertido aquella pequeña fuerza
humana en la consagración de una resistencia a ultranza, la defensa de un lugar
sagrado ya para los que sobrevivían allí a fuego y acero contra el enemigo.
Los refuerzos imperiales recibieron una fuerte sacudida
al descender, con la pérdida de sus refuerzos aéreos, que se tuvieron que sacrificar
para que los Rudos de Harkam pudieran avanzar intactos hasta la posición de los
marines espaciales.
Por otro lado, en el sector suroeste, el adeptus
mechánicus había perdido a los dos caballeros cedidos por los refuerzos
nobiliares contra los biotitanes y las fuerzas sicarian habían quedado diezmadas
por los desiertos de escombros, intentando hostigar a las fuerzas del enjambre
de menor envergadura, haciendo ganar tiempo a las fuerzas skitarii y marines
espaciales a reorganizarse y apoyar el bastión oeste.
Los Rudos de Harkam llevaban ya seis horas de aguante sin
haber sufrido apenas bajas. Les insuflaba ánimos Wyrm, un psíquico autorizado
de extraordinario intelecto y que había conseguido ofuscar las energías
psíquicas enemigas sin perecer en el intento, pero empezaba a dar signos de
agotamiento.
-¡Vamos bastardos, esos perros enclenques no van a parar
nuestros láseres! –Gritaba Hicks a sus tropas.
En el bastión adaptado como centro de mando, Mallory escudriñaba
las inmediaciones explicándose la tardanza del nuevo envite tiránido.
-¿A qué esperan esos malditos?
El sargento Quintos de los Guadañas del Emperador recibió
los datos del nuevo ataque.
-¡Señor, avisan de caída de esporas!
-¡A CUBIERTO! –Se gritó por megafonía por toda la fortaleza.
Del cielo cayeron múltiples esporas de las que salían
enjambres enteros de horrores con miembros afilados. El flanco este se llevó
una imponente sacudida, y entre medias de aquel caos los tiránidos volvieron a
avanzar en número infinito con varios monstruosos carnifexes dirigiendo la
carga.
-¡Vamos Rudos!, ¿queréis seguir vivos? –Gritó Hicks a sus
muchachos.
La horda alienígena se agolpó contra los muros cayendo a
decenas contra los disparos de la guardia imperial, conformando un montículo de
cadáveres que ayudaba a otros a trepar posiciones hacia la fortaleza.
Thorcyra sabía que había que cortar de raíz el escudo sináptico que envolvía al enjambre. Era la única posibilidad de debilitar su
avance. Ordenó concentrar el fuego en varias gigantescas criaturas que parían múltiples
criaturas que se observaban de entre el confuso enjambre por las holopantallas.
Mallory recibió esa orden y concentró su apoyo balístico en ellas también,
derribándolas y causando muchas bajas al enjambre, lo que fue recibido con
gritos y vítores de entre los que presenciaron tal destrucción.
El comandante imperial recibió por megafonía un terrible
espectáculo. Varias criaturas que desconocía estaban destruyendo a sus soldados
y los transportes por igual. Le obligarían a dividir su fuego de apoyo en una
jugada arriesgada, pero el problema era que tales criaturas estaban incluso
amenazando al bastión.
-¡FUEGO, MALDITA SEA, FUEGO DE ARTILLERÍA!
Las salvas no fueron suficientes. Aquellas criaturas
apenas recibieron daños y avanzaron con sinuoso levite hasta la torre este.
-Por el emperador… -dijo el comandante imperial
presenciando la bocanada psíquica de esas criaturas.
El trío de aquellos serpentinos monstruos emitió una bocanada
psíquica que atravesó el edificio y destruyó sus cimientos. Todos pudieron comprobar
el derrumbe del torreón de rococemento y los combates quedaron impregnados de
polvo y escombros en un lapso espantoso de muerte y destrucción.
Mientras tanto, ante la desesperación, los Rudos
empezaron a ceder terreno ante los carnifexes, pero el psíquico los mantenía
unidos. Una espora cayó tras las líneas en el patio interior y de sus entrañas
salió un monstruo garrudo y tentacular con la complexión de un furioso y
colosal mamuth. Wyrm, que veía que si no respondía acabaría con los maltrechos
marines espaciales que contenían las puertas este contra los lictores, y con
sus hombres, se concentró. Apretó su vara contra el suelo mientras la
gigantesca bestia se colocaba delante suya lanzando sus zarcillos y tentáculos
con chasquidos retumbantes.
Wyrm empezó a brillar, y de sus entrañas y orificios
empezó a lanzar un halo voltaico que hizo retroceder a la bestia. Acto seguido,
estaba envuelto en un aura de energía psíquica impenetrable que ni él mismo
llegaba a comprender, pero que no dudó en usar para acabar con aquella
aberración alienígena. En un combate épico cuerpo a cuerpo arrebató la esencia
vital de su adversario y quedó convertido en una masa carcomida por el
potencial psíquico y las quemaduras de su aura de gloria pasajera. Entonces
volvió en si sobre la bestia sin comprender del todo lo que había pasado y
todos le vitorearon. Pero tras él, unos temibles tentáculos de la horrible espora micética lo agarraron, y, entre gritos de horror, esta lo devoró sin más contemplaciones
mientras poco después era arrasada por las salvas de artillería.
El combate prosiguió y los humanos consiguieron aguantar
la brecha con el sacrificio de los exterminadores en el flanco oeste y la
intromisión de Thorcyra en combate singular contra una gigantesca sierpe, el
llamado mawloc, haciendo ganar tiempo para la reorganización durante el poco
descanso que ofreció la noche.
Amanecía y los guardias imperiales estaban deshechos. El
comandante Mallory había perecido entre los escombros del bastión y el resto de
los rudos estaban consumidos por el cansancio y el desánimo. Una figura envuelta
en armadura de combate con sotana blanca hizo acto de presencia ofreciendo un
poco de agua y algo de comida a los heridos. Iba lanzando plegarias y discursos
llamativos que fueron encendiendo el ánimo entre las tropas, hasta que
finalmente consiguió que una desgastada fuerza de la guardia imperial volviese
a funcionar completamente.
-¿Y quién eres tú? –Preguntó Hicks que se acercó apoyado
en un soldado y con un ojo vendado.
-Sólo soy un clérigo que ha optado por la redención. Podéis
llamarme Elías.
3. La muerte de Sotha
Thorcyra sabía que la situación era
desesperada. A aquellas alturas lo único que podían esperar era escribir su
epitafio, por lo que mandó evacuar su nave con los reclutas y mantener la línea
de defensa hasta sus últimas consecuencias. Una cosa estaba clara, no
aguantarían otro asalto más de los tiránidos.
Aun con todo, los tanques del falco oeste aun se
mantenían en pie y las fuerzas de la guardia imperial habían conseguido
rearmarlos a pesar de la amenaza de lictores en el perímetro. Los refuerzos
skitarii aun se mantenían bien en el bastión oeste, pero la situación este de
la fortaleza era catastrófica, falto de mando y coordinación. Thorcyra no se
explicaba cómo era posible que aun resistiesen en las puertas y muros del
sector y pidió explicaciones.
-Mi señor, un sacerdote del Ministorum los dirige. Un tal Elias… A solicitado al hermano Sebastion que refuerce su cobertura con los
restos que quedan de equipos destruidos -argumentó el bibliotecario.
-Increíble, un sacerdote con dotes estratégicas y de
mando. Incluso en sus peores momentos la humanidad puede aguantar. Es un
presagio que debe recordarnos nuestro deber hermano. Tomemos ejemplo.
En aquel flanco, Elias había conseguido recomponer la
moral de los Rudos, y ante el aviso por megafonía de un nuevo asalto del
enjambre, desvanecida ya toda esperanza, todos le miraron buscando el consuelo
de un final rápido.
Se ubicó en lo alto de una estatua derrumbada y comenzó
un sermón.
-Sé que no me conocéis, y sé que por qué luchar, ¿no?...
Conozco a un hombre que luchó por nosotros y que incluso hoy día sigue
haciéndolo. El Emperador nos observa a pesar de lo que se diga. Su ojo está
fijo en este momento, en este lugar. No hay otro camino que el que nos marca –dijo
sujetando su espada de energía mellada con fuerza mientras la lanzaba al
horizonte-. ¡Allanemos ese camino hermanos!
Aquellas palabras encendieron el ánimo de incluso los más
desventurados, que se colocaron dispuestos a dar su último aliento por Sotha.
Incluso los marines espaciales lanzaron un salmo por la gloria del emperador.
El cielo se nubló con la lluvia de esporas y se ubicó un tirano de enjambre que desplegó sus colosales alas victorioso sobre las
almenas, disparando proyectiles simbiontes a los marines espaciales y
derribándolos con sus alas e impulso. Al mismo tiempo, un colosal mawloc surgió
del suelo, devorando a varios marines espaciales y trabándose con el
bibliotecario Trhasius, que terminó devorado también por el monstruo entre
gritos de pánico. El land raider de Thorcyra retrocedió ante tan imponente
monstruo mientras abría fuego y las tropas supervivientes se replegaban.
-¡Concentrad fuego sobre el monstruo alado! –Ordeno Thorcyra.
Acto seguido, el bastión este y sus fuerzas concentraron
salvas contra el tirano volador, que no pudo resistir la sacudida y pereció cayendo
como un peso muerto sobre las almenas.
A ambos flancos, la situación era desesperante, pues de
las esporas habían salido grandes grupos de genestealers que empezaron a
diezmar a las últimas fuerzas imperiales y skitarii, que se replegaron al
bastión. Tras acabar con el emplazamiento artillero de Sebastion, el
tecnomarine, el líder de progenie avanzó derribando a cuantos marines se le
oponían con un miembro afilado cual espada que crepitaba con extraña energía.
Y de nuevo la horda volvía avanzar por las calles en
número infinito. El land raider quedó en tierra y Thorcyra avanzó hasta la
posición del sacerdote al que quería conocer en persona y plantearle que fuese
con él a resistir a Miral.
Los guardias imperiales, a pesar de la situación estaban
en los muros, usando ya machetes y granadas, pues las municiones ya se habían agotado.
Todos fueron formando ante la presencia del señor del capítulo. El sargento
Cassios tenía un ojo vendado y se aproximó a él.
-Cassios, espero que esa herida no te impida continuar.
-No es más que un rasguño señor. El Emperador quiso bendecirme
con otro ojo.
Sonrió solemnemente Thorcyra, que no podía más que
mostrarse orgulloso de la tenaz resistencia que se había logrado.
-¿Dónde está el sacerdote?
Cassios le señaló el lugar y todos los soldados fueron
saludando al señor del capítulo. Observó cómo daba la extremaunción a un
difunto y entonces, Elias se volvió ensangrentado y lleno de polvo. Se
arrodillo tras un instante en que vio a los ojos a Thorcyra.
-Amigo mío, no te arrodilles, pues debería ser yo quien
te diese las gracias por haber recompuesto este flanco.
-Por favor, no me merezco tal elogio mi señor. Sólo
cumplo con mi obligación como sacerdote de la Eclesiarquia de Terra.
-Escucha sacerdote, quiero que te marches en el último
transporte, ya has hecho suficiente, y los tiránidos habrán anegado de muerte
este lugar en unas horas. Han calculado que son miles. Has demostrado el
suficiente valor como para seguir tu camino.
El sacerdote, con los labios entrecortados por el polvo,
observó a su alrededor y contemplo los estragos de la guerra por la
supervivencia y comprendió que aquello estaba por encima de él.
-Lo siento mi señor, pero este es el camino que he
escogido.
-¡No seáis insensato, aceptad la proposición del señor
del capítulo! –Le espetó el sargento Cassios.
Thorcyra alzó la mano con autoridad y Cassios calló
inmediatamente bajando la mirada.
-Mi querido Cassios, si no fuera un marine espacial
desearía ser Elias el Piadoso.
Elias le miró con extrañeza y Thorcyra se volvió
sonriente y marchó hacia su transporte. Llevaría durante sus últimas horas ese
sobrenombre como el mayor honor que nunca le habrían concedido.
Gracias al sacrificio de Elias y los Rudos, junto al
apoyo skitarii y la abnegada determinación de los marines espaciales, gran
parte de la población de Sotha pudo escapar, la mayoría en los momentos previos
a la invasión tiránida.
A día de hoy no se sabe nada de Elias, pero algunos atestiguan que le vieron llevárselo inconsciente a una lanzadera Solaris momentos antes de la caída del bastión oeste. Los informes llegaron hasta Catachán, donde quedó
reflejado en su muro de los héroes todos y cada uno de los hombres de la
compañía de Mallory, por encima incluso de la distinción cedida a los Marines
en tiempos de guerra. Y un epitafio que señalaba a un sacerdote añadido a
última hora a la compañía: Elias el Piadoso.
Buen relato Orkímedes, me ha gustado lo de Elias el Piadoso
ResponderEliminarMe ha encantado la constante sensación de amenaza tiránida, has construido muy bien esa atmósfera
ResponderEliminarEs que fue una batalla plagada de amenaza Tiránida. Y la de palos que hubo, jejeje
EliminarMuy entretenido el relato la verdad
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