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11 de julio de 2019

Relato - Un nuevo comienzo



Hola a todos los lectores de Profanus40k, después de mucho tiempo vuelvo al redil con una nueva entrada. Vuelvo para presentaros mis cuarto relato que sigue las aventuras y desventuras de mis queridos Lamentadores y su némesis mortal los Tiránidos. Este relato lo empecé nada más acabar el anterior relato pero me bloquee y no sabía por dónde tirar exactamente, muchas ideas me venían a la cabeza pero no sabía cómo enlazarlas y finalmente lo dejé casi un año por perdido hasta que mi amigo, Lord Garkas del foro menteenjambre me animo a continuar. Por fin tras una larga travesía por el desierto y con su inestimable ayuda corrigiendo faltas de ortografía y sin sentidos gramaticales por fin tenéis ante vosotros este relato. relato.


Al cerrarse la puerta del puente de mando de la Mater Lachrymarum, Morpheus quedó parcialmente cegado por la oscuridad. La sala estaba más oscura de lo habitual, no recordaba que aquel lugar fuera tan tétrico e inhóspito. Sus cabellos se erizaron, la temperatura era más baja que en las demás estancias y eso le extrañó. No le molestaba el frío especialmente, el cuerpo de un Astartes era resistente a las climatologías extremas, pero le hacía sentir incómodo y no sabía el porqué. Los músculos se le empezaron a entumecer rápidamente y se frotó las manos enérgicamente. Sus ojos se adaptaron poco a poco a aquella penumbra, la escala de colores pasó de unos pobres grises, a un amplio espectro de pálidos colores que se apreciaban a través de los grandes paneles del puesto de mando. 

Una vez habituado reconoció elementos de la sala de mando que le habían pasado desapercibidos hasta entonces. Había más movimiento en la sala de lo que le pareció en un primer momento. Varios servocráneos flotaban junto a los paneles de control y transmitían información al navegante, quien permanecía quieto y mirando al infinito. Al cabo de un rato ladeó la cabeza torpemente, el casco debía de ser incómodo con esas alas que se extendían hacia los lados y sobresalían más allá de sus hombros. El cuello de aquel hombre debía estar hipermusculado o estar soldadas sus vértebras porque de lo contrario se le habría roto tiempo atrás. Quizás no estaba vivo y era un mero títere como los servocráneos que flotaban a su alrededor. Los visores de su casco se iluminaron de un leve azul verdoso, los cráneos robóticos al unísono se alinearon y cada uno de ellos proyectó una imagen.
Todas ellas iban concatenándose entre sí formando un mapa de lo que parecía un sector galáctico, pero no reconocía aquella región espacial. Posteriormente, le llamó la atención una extraña nebulosa de vivos colores, parecía atravesar el espacio cual herida abierta en el espacio material.  Le recordaba al infinito Inmaterium y las terribles entidades que lo poblaban. No sabía dónde podían hallarse en estos momentos, ¿estarían en el límite exterior de la galaxia o quizás incluso en otra en otra distinta a la suya? Se sintió sólo, como un desvalido en la inmensidad del mar esperando un fatal desenlace . Entonces murmuró una letanía encomendándose a Sanguinius y al Emperador. Poco a poco mientras pronunciaba aquellas palabras se recompuso, sintió una paz en su interior   y se dio cuenta de que aquella extraña bruma que se veía a través de los paneles del puente de mando era la cicatriz de la holopantalla.  ¿Qué había pasado? 

—Siéntese capitán, no queremos que recaiga nuevamente y debamos ponerle en éxtasis por un largo plazo de tiempo —dijo una voz fría y cortante como una cuchilla relámpago seguidamente empezó a estornudar  y se produjo un silencio incómodo. Aquella voz le resultaba familiar pero no la reconocía. 


Las  oleadas de gantes no cesaban de arremeter contra las guarniciones defensivas de Glotham. Los soldados del Astra Militarum descargaban ráfagas de munición y láser sobre aquellas bestias, caían a decenas, pero una y otra vez volvían. La moral de la guarnición empezaba a debilitarse y el comisario sabía que debía hacer algo para revertir la situación. Se alzó en la trinchera dando un grito y miró al joven sargento Nikola de los escudos blancos. Nikola tragó saliva, había llegado su hora y un sudor frío recorrió su espalda. 

—¡Sargento! Su rendimiento es deficiente. Sus pardillos no hacen más que esconder la cabeza bajo tierra y esto no puede continuar así. Ha llegado la hora de buscar un relevo... —decía el comisario mientras alzaba su pistola bólter cuando de su pecho surgió una garra. El desdichado comisario gritó mientras perdía la vida. El joven sargento vio por un instante al espectro. El miedo paralizó a Nikola por unos instantes, dando la oportunidad a aquella bestia de múltiples ojos de utilizar  sus escamas camaleónicas para empezar a desaparecer nuevamente. 

Nikola recogió la pistola del comisario, cerró los ojos de aquel desdichado e incompetente servidor del imperio. Suspiró, siempre le había temido más al comisario  que al propio enemigo. Aquel hombre no era más que agente político dentro del regimiento, él tenía poca experiencia en la guerra, pero el comisario era un inútil, hijo de algún noble de  un planeta perdido cualquiera, un enchufado que no tenía sentido táctico ni marcial, que sólo se guiaba por un sentido retorcido del deber y siempre actuaba por arrebatos de ira ciega. Al verlo en el suelo muerto sintió un alivio, pero su corazón le decía que esos pensamientos eran impuros. Hizo una mueca, le quitó el gorro  al muerto, se lo puso y arengó a sus hombres.

—¡Esta noche tomaremos Amasec en el infierno, a por ellos mis Escudos Blancos! —gritó mientras surgía de la trinchera. Los reclutas le secundaron con rabia en sus ojos, disparando sus rifles a todo aquello que se moviera y amenazara. 


El mundo forja de Glotham, situado en un subsistema planetario secundario llamado Deltopheres IV, albergaba grandes reservas de minerales muy valoradas por el imperio. Los orígenes de este sistema planetario, anteriores a la llegada del Culto Mechanicus, se encuentran sumidos en el más oscuro olvido. Una expedición del Culto, que iba a la deriva tras salir del Inmaterium por una avería de su Campo Geller,  halló este subsistema hace unos pocos cientos de años. La flota necesitaba hacer una parada técnica por reparaciones y para acopiar agua y oxígeno. El almirante y el Alto Fabricador  de la flota decidieron mantener una trayectoria geoestacionaria alrededor del tercer planeta más cercano a la estrella gigante roja que regía el sistema planetario. Este planeta sería conocido más tarde como Glotham.

Mientras reparaban sus naves para proseguir su viaje, enviaron sondas al planeta para analizar la composición de su atmósfera y de sus océanos. Las proporciones de oxígeno y otros gases eran muy similares a las de Terra. También hallaron en esa búsqueda trazas de ciertos compuestos químicos, sales y ácidos, que sólo podían provenir de metales de gran interés para el Culto. Varios tecnosacerdotes decidieron investigar esas señales en secreto. Al descender se encontraron con un planeta de un único continente selvático, de grandes proporciones que ocupaba casi la mitad de la superficie planetaria. En un principio parecía un lugar idílico, que en un futuro podrían terraformar y explotar a su antojo en el nombre del Omnissiah. ¡Qué confundidos estaban! Al poner por primera vez un pie en aquella tierra se dieron cuenta que era un mundo letal. La vegetación y la fauna se comportaron de manera hostil ante las nuevas formas de vida que habían llegado al planeta.
Los tecnosacerdotes emplazaron el campamento en una pequeña colina. Desde allí tenían una vista inmejorable de la selva. Era un tapiz interminable de miles de verdes que se extendía hasta el horizonte . El cielo era azul turquesa y se veía en lo alto un destello que se desplazaba a gran velocidad: aquello era la flota del Mechanicus. Durante el lapsus de tiempo que duró la instalación del campamento varios servidores acabaron desmembrados protegiendo a los tecnosacerdotes de una extraña bestia que no se consiguió identificar. Plantas carnívoras dañaron la nave de descenso planetario durante el ataque aislándola del resto de la flota del Culto Mechanicus. Después de la primera noche habían perdido más de la mitad de los servidores y el joven tecnosacerdote Aldronicus se arrepintió de desobedecer las indicaciones del Alto fabricador.

Aldronicus había nacido en Marte y desde muy joven estuvo fascinado por la tecnología. De origen humilde, sus padres eran trabajadores de las forjas manufactorum de Marte, aunque él aspiraba a algo más que ser un simple peón de la planta sub 23, atornillando la tuerca G17 del panel T44. Tenía un don innato, poco usual, pues era capaz  de ensamblar o reparar cualquier mecanismo que cayera en sus manos. Le apasionaba la tecnología, pero de una manera  religiosa, se podía pasar horas adorando cada máquina que encontrara a su paso. Deseaba, aunque fuera una vez en su vida, ver, acariciar y estudiar una PCE. Algunas noches soñaba con entrar en la bóveda sagrada y descifrar aquellas plantillas, otras  con crear el mismo inteligencia artificial aunque eso fuera herético.
Con los años el joven empezó a implantarse componentes mecánicos en su cuerpo, mejorando sus capacidades físicas e intelectuales. Sin embargo, los ocultaba de miradas indiscretas bajo sus ropajes de trabajador. Fue introduciendo en secreto mejoras en la línea de trabajo, en las máquinas y herramientas, para mejorar el proceso de ensamblaje. Incluso desaparecía de su puesto de trabajo e iba a otros subniveles de la planta de procesado en busca de más conocimiento. Atrajo las miradas de supervisores de su subnivel. Algunos veían a aquel joven como un loco, un inadaptado o un peligro, otros como a un mesías.  Los rumores de la existencia de aquel joven llegaron finalmente a los oídos del Culto Mechanicus. 

Aldronicus, durante sus horas de descanso, permanecía en su habitación del barracón 14/3 trabajando en alguna idea, empleaba poco tiempo en descansar y dormir. A veces se preguntaba si era de día o de noche. Los turnos de trabajo duraban más de 12 horas y no tenían casi tiempo de descanso pero ¿a quién le importaba? Su trabajo daría mayor grandeza al Dios Emperador y acabaría con aquellos sucios xenos que habitaban la galaxia.

En verdad, hacía mucho tiempo que no salía a la superficie, no recordaba lo que era sentir el aire o los rayos del sol en su piel. La última vez que subieron a la superficie se congregaron en la plaza todos los trabajadores de todos los subniveles de la Gran forja . Aldronicus no había visto tanta gente junta en su vida. Sus compañeros no estaban muy contentos, algunos cuchicheaban sobre una posible arenga motivadora con la intención de aumentar la productividad y proporcionar más armamento para acabar con alguna raza xenos . Más de uno maldijo entre dientes, era intolerable que les obligarán a trabajar más horas. Según dijo otro trabajador que tenía a su lado, tendrían que trabajar cuatro horas extras sin remuneración alguna los siguientes seis  meses por la gracia del Dios Emperador. En el fondo a él le daba igual, prefería estar en contacto con las máquinas que con el resto de trabajadores de la forja.

—¡No más mentiras! ¡No somos esclavos! —Cientos de trabajadores alzaron sus quejas gritando e insultando al alto fabricador  y a los capataces de la gran forja. Los arbitradores presentes en la plaza emplearon sus vocotransmisores y en un instante rodearon a el alto fabricador esperando un alzamiento. 

—¡Queremos un sueldo digno!  —dijo una voz entre el tumulto. 

Entonces una piedra acertó en la cara de uno de los acompañantes de los señores de la forja y todo se volvió confuso. La masa se alzó, pero fue reprimida sin compasión por los arbites, quienes acabaron con los insurgentes en pocos minutos. La sangre de los trabajadores bañó el suelo de la plaza. No diferenciaron entre los pacíficos trabajadores y los revolucionarios , con brazos rotos y algún que otro diente menos volvieron a sus barracones para trabajar por el Imperio un día más.

Aquella noche estaba especialmente cansado tras una agotadora jornada de 16 horas, cuando un ruido lo despertó. Sus pesados párpados no querían abrirse, esa sensación no la había sentido nunca antes, pero finalmente claudicaron al sentir una presencia en su estancia. Delante de él había un servocráneo. El muchacho se quedó fascinado al ver ante sus ojos aquel ser mecánico, quiso tocarlo y alargó su mano, pero una pequeña descarga eléctrica le hizo recapacitar.

—N°714, el loado Magus Cthane D'Albus desea conoceros —Una voz metálica reverberó en el vocotransmisor.

El joven no pronunció palabra alguna, parecía hipnotizado por el servocráneo. Se levantó de su camastro, recogió algunos enseres de su habitación y nunca más se volvió a saber de él. 


La flota del Culto Mechanicus recibió una señal de emergencia desde Glotham. Los servidores habían detectado una señal del Mechanicus en aquel planeta. En un principio los servidores habían avisado a los tecnosacerdotes pero hicieron caso omiso, debía ser un error. Cómo era posible que llegara una señal cifrada del Mechanicus desde aquel remoto lugar, era inconcebible. Pasaron varios días glothamitas  hasta que la señal del Culto interesó a Alpha 9-Helix, Comandante Skitarii. Descifró la señal, era un código antiguo no usado desde hacía milenios . La señal era débil y muy rudimentaria que  no había llamado la atención a nadie. La secuencia transcrita era repetitiva y simplemente decía: S.O.S. Los protocolos de la Tecnoguardia Skitarii no podían ser obviados por lo que Alpha 9-Helix descendió en una barcaza de desembarco junto a su Vanguardia Skitarii. 

La señal provenía del norte del continente. Al aproximarse a la señal, detectaron en una colina en medio de la selva un claro donde había un pequeño campamento entorno a los restos de una nave, la cual había sido completamente engullida por la vegetación. El estado del campamento era deplorable, parecía abandonado desde hacía muchos años. Alpha 9-Helix, experimentado guerrero había visitado muchos rincones de la galaxia; luchado en las condiciones más inhóspitas posibles. Sin embargo lo que encontró al  desembarcar fu muy distinto a lo esperado. La flora empezó a moverse en dirección a la barcaza.  Incluso atraparon a algún guerrero pero la radiación emitida por la equipación de la Vanguardia Skitarii era tal que quien se situaba cerca se sentía debilitado y fatigado; para los no Skitarii estar siquiera en el mismo cuartel era una sentencia de muerte.  La flora continuó atacándoles, pero retrocedía al contactar con sus armaduras. La Vanguardia en sí estaba teóricamente a salvo dentro de su escafandra de guerra  sin embargo una rama golpeó con fuerza a un Skitarii y le arrancó su casco, la visión de sus dientes perdidos, su calvicie y su piel ulcerada mostró la terrible verdad. Aprendieron a soportar las siniestras energías de sus armas pero a un alto precio. 

A pesar de que las carabinas radiactivas de los soldados de Vanguardia mataban lentamente a sus dueños, el efecto sobre sus objetivos era cien veces peor. Dispararon contra todo lo que se movía, ya fuera flora o fauna. Los disparos hiperirradiados penetraban en su objetivo y los  efectos secundarios de la descarga radiactiva se amplificaban hasta el punto que ni siquiera un tiránido  podría sobrevivir. Alpha 9-Helix avanzó hacia la nave del Culto, levantó el puño cerrado y sus soldados se distribuyeron por el campamento, fortificando el perímetro con torretas láser y cargas sísmicas mientras el comandante examinaba la nave . La vegetación cubría gran parte de la nave, un tapiz de enredaderas con hojas de diferentes formas y flores fluorescentes. Si no fuera por la señal que emitía la nave no habría sido detectada desde el aire.

Se quitó su guante y pasó su mano por la cubierta de la nave. El frescor del metal le reconfortó y le llevó a su niñez cuando jugaba en los suburbios de su ciudad colmena y escalaba por las tuberías escondiéndose de las bandas. Retiró parte del follaje. Parecía haber permanecido cientos de años allí. La pintura de la nave estaba en mal estado, de color blanco originalmente pero gracias al óxido tenía una apariencia rojiza. Alpha 9-Helix notó húmeda su mano, las enredaderas segregaban una sustancia viscosa con la que se adherían al metal y que parecía la causante del óxido. 

—Comandante, perímetro asegurado —Fue el escueto mensaje de la Vanguardia.

Alpha 9-Helix continuó examinando la nave en busca de la compuerta de acceso. Le era familiar el diseño, la curva y la posición de los motores, por lo que se desplazó hasta lo que suponía que era la mitad de la aeronave y arrancó parte de la enredadera con su vara táser . Ante él apareció la compuerta, pero lo que le dejó sorprendido era el rótulo impreso en ella: ponía  Ephestos IV-3.  Aquella nave pertenecía a su flota. 

—Comandante Alpha 9-Helix protocolo de autentificación 9023167-356, solicito el registro del hangar 4. Verificar  última salida de la barcaza Ephestos IV-3. 

—La barcaza zarpó hace un mes del hangar con un código de autentificación falso y no regresó —fue la respuesta del ordenador central de la nave capital.
El guerrero Skitarii  no podía creerse que en tan poco tiempo aquella aeronave estuviera en ese estado. Posó su mano a la izquierda de la compuerta, accionó la plancha y esta se iluminó. Apareció una toma de acceso de datos. Extendió su brazo y unos dendritos  conectaron al alpha con la nave. Introdujo su código personal y la compuerta se abrió. El pasillo de entrada estaba a oscuras, las lentes de su casco cambiaron a configuración nocturna. Buscó la consola y se activó la iluminación. El interior de la nave no parecía estar en mucho mejor estado que el exterior. Hubo una batalla en su interior: las paredes estaban llenas de arañazos, cables colgando del techo y las pantallas parpadeaban constantemente.

Avanzó hacia el interior de la nave secundado por un par de sus hombres. Inspeccionaron la zona de carga, todo estaba revuelto. El silencio que había en esa nave no parecía natural, no había señales de vida de servidores o tecnosacerdotes. Alpha 9-Helix se encontraba incómodo y no sabía el porqué. Finalmente se dirigió a la compuerta de acceso a la cabina. Apretó el botón de acceso y la compuerta se abrió. Un olor nauseabundo llenó sus pulmones, la muerte se encontraba allí ante sus ojos. La cabina estaba destrozada, la luna de la carlinga estaba reventada, había cristales diseminados por toda la cabina. El piloto y copiloto de la aeronave murieron tiempo  atrás, una rama le había atravesado el abdomen al primero, su cara era de espanto. Al otro miembro de la tripulación lo habían degollado, la cuenca de sus ojos estaba vacía y la expresión de su cara era también de pánico . La muerte se había presentado ante él y le había arrebatado su bien más preciado. El Alpha  rezó al Omnissiah por aquellos desdichados. 

El Alpha , se conectó a la computadora de la nave. Los registros de esta concordaban con los datos proporcionados por el ordenador central de la nave capital. De repente ante él surgió un holograma. 

—Diario personal, sexto día en este infernal lugar. La selva no quiere que estemos aquí. Hay algo ahí fuera, no sabría decir qué es pero de lo que estoy seguro es que acabará con nosotros antes de que vengan a buscarnos —Era un tecnosacerdote el que había dejado el mensaje. Siguió revisando el diario. Volvió a la fecha de salida de la barcaza Ephestos IV-3—. Diario personal, hemos descendido a Glotham. Este mundo pide que lo terraformemos por la gloria del Omnissiah —Era el mismo tecnosacerdote pero su aspecto era más entero y determinado, ¿Qué o quién en tan sólo 5 días podría acabar con la entereza de un tecnosacerdote? —. Las lecturas eran ciertas, el planeta tiene grandes reservas de fuentes de energía. Pero hay algo más ahí fuera y no quiere que permanezcamos aquí.

Siguió revisando el diario del tecnosacerdote buscando respuesta a lo sucedido en aquel lugar. Los datos iban encajando como un puzle. La selva había reaccionado agresivamente a la aparición del Culto y aunque habían reforzado defensivamente el campamento, sufrían con frecuencia ataques y casi todos los servidores habían muerto defendiendo a los tecnosacerdotes.

—Diario personal, décimo día. He perdido la esperanza, no vendrán a buscarnos. Desde el principio lo supe, fue un error falsificar nuestra partida, pero quizás exista una posibilidad. Hace unos minutos hemos detectado una señal al norte de nuestra posición. He decidido... —El resto del diario estaba dañado.

Alpha 9-Helix recopiló toda la información que pudo hallar en los ordenadores de la barcaza, revisó el equipo del que disponían y dejó a varios de sus hombres en el campamento. Era el momento de ir en búsqueda de la expedición del tecnosacerdote. El Alpha  y sus guerreros se adentraron en la selva con paso firme hacia un destino incierto, mientras desde algún punto en las alturas algo les observaba, siguiéndoles a distancia.

 Continuará...

3 comentarios:

  1. Ya tengo ganas de ver cómo sigue!!

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  2. Muchas gracias por vuestros comentarios. Espero no tardar tanto en sacar el siguiente relato. No quiero ser un George R.R. Martin.
    Jejeje

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