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13 de febrero de 2018

Relato - Las Lágrimas de Batera


Hola a todos los lectores de Profanus40k, como ya os dije en mi anterior entrada tenía planteado hacer varios relatos que estarían entrelazados creando una historia que podría encajar en el trasfondo del Warhammer 40.000 y que en futuro pueden dar mucho juego a algo que estaba dando vueltas en mi cabeza.

Como en el anterior relato tuve la inestimable ayuda de mi amigo Lord Garkas del foro menteenjambre. Sin más preámbulos os dejo con:

Las lágrimas de Batera

La caída de Malvolion había sido muy dura para el capítulo, la pérdida de la quinta compañía no había hecho otra cosa que reducir los efectivos y además  la semilla genética se había perdido irremediablemente. Al menos con su sacrificio los mineros y sus familias habían podido  escapar a tiempo de una muerte segura.

Los tiránidos estaban arrasando sistema tras sistema y nada parecía detenerlos, ni siquiera los poderosos marines espaciales. La acción conjunta de los Lamentadores y los Guadañas del Emperador sólo conseguía retardar su avance. Los ataques quirúrgicos de ambos capítulos parecían surtir efecto, pero al poco tiempo la flota enjambre reaccionaba con mayor virulencia. 

Malakim Phoros estaba apesadumbrado desde hacía tiempo por la falta de noticias del capítulo de los Guadañas. Lo último que sabía de ellos era que habían regresado a su planeta capitular para defenderlo, por lo que ahora sus propias fuerzas eran las únicas que se oponían a los tiránidos. El sistema estaba a punto de caer, el planeta agrícola de Altera era la clave, si evitaban que los tiránidos asimilaran su biomasa tendrían una oportunidad. Los señores de las cuatro compañías permanecieron callados mientras Malakim les explicaba la situación y alguno de ellos no dejaba de mirar la silla vacía con tristeza.

—La última alternativa, y por tanto, la menos deseada sería el exterminatus — Fueron las últimas palabras que pronunció el señor del capítulo.

Morpheus, capitán de la 3° compañía, asintió con la cabeza a su señor.

—No dudéis, mi Señor, que acabaremos con la criatura —Su voz retumbó en la sala. Él y sus hombres serían la punta de lanza que acabaría con el nexo de unión de la mente enjambre con las hordas que desolaban Altera. Morpheus señaló en la holopantalla una fortaleza—. Atacaremos aquí, un único golpe y venceremos — Habían detectado a la criatura que denominaban el Señor de la Horda asediando la ciudadela de Batera, uno de los pocos reductos humanos que quedaban en el planeta. Era la hora de inclinar la balanza a su favor.

Sin decir nada más se retiró del puente de la Mater Lachrymarum. El resto de capitanes permanecieron sentados mientras que Malakim giró sobre sí mismo y se quedó mirando el planeta desde su órbita. Cerró los ojos y murmuró algo mientras meditaba el siguiente paso.

Morpheus aceleró el paso y se dirigió al hangar. No podían fallar más veces o el planeta y todo el sistema caerían en manos de los tiránidos. Al girar el pasillo divisó a sus marines, quienes hablaban animadamente entre ellos. Raphen alzó la vista e hizo que el resto de marines se cuadraran.

—Compañeros seremos los primeros en hacer el descenso —dijo Morpheus sin detenerse.

El sargento Raphen sonrió y siguió al capitán.

—Una gran noticia hermano —Le dijo mientras le palmeaba en la espalda.

—Esas familiaridades en privado sargento —Le espetó el capitán al sargento. El tono fue seco pero la sonrisa denotaba que todo era debido al rango.

El sargento lanzó una carcajada, y le devolvió la sonrisa. Llegaron al hangar, y el capitán se dirigió a su nave de descenso favorita, la stormraven Saleri Angeli. Mientras descendían, Morpheus preparó su reactor en silencio, mientras Raphen charlaba animadamente con el resto de miembros de su escuadra. Miró por la escotilla cómo las placas de ceramita se tornaban rojizas por la fricción durante la entrada en la atmósfera de Altera. Esos colores le recordaban los relatos de cómo era el planeta natal de su capítulo progenitor, Baal.

—Estamos llegando a Batera —La voz del hermano Pheles resonó dentro de la bodega de la nave con cierto eco. La cara de Raphen cambió al instante. Su gesto se volvió duro como el rococemento. Ante su mirada todos sus hombres se colocaron en fila ajustándose todo el equipo y revisando los bólters.

El capitán encendió la pantalla, y en ella apareció el piloto Pheles, uno de los mejores con quien había compartido nave de descenso, quién  estuvo hace varios siglos de entrenamiento en el capítulo de los Halcones Señoriales.

—Pheles, sobrevuela la ciudadela. Debemos localizar al tirano y acabar con él.

La stormraven viró, esquivando a multitud de bestias voladoras de diferentes tamaños y rodeó la ciudadela. Las hordas de termagantes, hormagantes y enjambres lo cubrían todo. Los tiránidos habían penetrado en los niveles inferiores de la fortaleza, únicamente estaba libre de xenos el círculo central de la ciudadela, donde se situaba el palacio del gobernador. Se produjo una explosión que sacudió toda la urbe, el muro del círculo central había caído. Por la grieta empezaron a entrar multitud de gantes y a la cabeza de la horda iba un carnífex  con una bola de pinchos en vez de garra. Habían penetrado en la plaza y el carnifex lanzó por dos grandes protuberancias de su coraza unos chorros de alguna sustancia corrosiva que acabó con aquellos incautos que se encontraba a su paso.

Pheles no espero a la indicación de Morpheus, sabía lo que tenía que hacer, debía parar a esa bestia. Fijó en el blanco al carnífex y un misil rastreador fue a su encuentro. Le dio de lleno, saltando muchos cascotes y termagantes al unísono.

Morpheus no necesitó decir nada, sus hombres estaban bien adiestrados y sabían qué hacer en cada instante como si le leyeran la mente. Raphen pulsó el botón de apertura de la compuerta trasera, se enganchó un arnés, y le hizo con la mano una señal. Morpheus sintió en la cara el viento que entraba por la compuerta, su pelo se removió y tuvo que quitárselo de la cara con la mano. El ruido de fondo era conocido y odiado a la vez por su psique, el zumbido de los tiránidos. Saltó de la cañonera mientras activaba los retrorreactores.

Durante su descenso pudo ver como los milicianos disparaban desde las murallas a la plaza, pero no podían detener a la marabunta. Además, multitud de gárgolas y élitros a los incautos que desatendían a sus espaldas . Uno de los milicianos tenía buena puntería, con cada disparo caía una gárgola. Era una pena que no pudieran reclutarle para su compañía, pensó. El monstruo intentaba levantarse, estaba mal herido pero si se levantaba sería muy difícil de derribar nuevamente. Apuntó con su bólter y descargó una ráfaga. La criatura dejó de moverse.

Morpheus se posó sobre la cabeza del carnifex. Sus reflejos modificados le permitieron esquivar y acabar con varios gantes.

— Descended ahora — Lo dijo alzando el puño de combate.

Raphen extrajo de la cartuchera su pistola y cubrió a su hermano y capitán derribando a varios gantes durante su descenso. Le tocaba el turno al hermano Trautaitorius, se puso el arnés y descendió a la plaza. Aplicó una ración de su lanzallamas pero un élitro se le abalanzó con sus espadas óseas y le dio una estocada que partió en dos el lanzallamas y el arnés. El lamentador se precipitó al suelo, estrellándose contra el suelo. La caída fue desde más de seis metros, se oyó un crujido que no presagiaba nada bueno. Raphen abatió al elitro y fue en auxilio de su compañero. Trautaitorius no se movía.

— ¿Dónde está Hedesiel? — Rugió Raphen.

— ¡Hombre abatido! — Espetó Morpheus.

Dos lamentadores más descendieron de la aeronave. Darius colocó su lanzamisiles apoyado en el carnifex apuntando a la brecha abierta en el muro, mientras Hedesiel se ocupaba de Trautaitorius.
— Está muy débil, debemos evacuarle o le perderemos — Fue la respuesta del hermano apotecario.
Morpheus maldijo, no podían retirarse ahora sin cumplir su misión pero tampoco podían perder más efectivos que llevarían al fin del capítulo. De repente cesó el ruido. Las bestias tiránidas desaparecieron de la plaza. — Capitán, he localizado al objetivo. Deberíamos verlo en cualquier momento. — Comunicó Pheles.

El zumbido regresó a la plaza. Una bruma empezó a surgir por la brecha del muro. Pero el primer envite vino del cielo, una horda de gárgolas les atacó. Pero Morpheus sabía que todo era una distracción. Hormagantes surgieron de la bruma saltando de un lado a otro con una velocidad vertiginosa. Los lamentadores y los milicianos respondieron a la avalancha de gantes. Muchas bestias cayeron pero sabían que esos seres eran prescindibles. Una sombra descendió de las murallas. La bruma empezó a avanzar. 

— ¡Sé que estás ahí! — Gritó Morpheus.

Un aullido se escuchó en toda la ciudadela, solo se mantuvieron en pie y a duras penas los astartes. La intensidad psíquica fue tal que Darius vomitó. Aprovechando que dejó de apuntar con el lanzamisiles surgieron de la bruma varias criaturas tiránidas muy corpulentas y tras ellas un tiránido enorme que empuñaba cuatro sables, los cuales estaban crepitando constantemente. El aura que transmitía aquella criatura monstruosa era aterradora. Los pocos milicianos que quedaban conscientes, perdieron el poco valor que les quedaba y se agazaparon donde pudieron. La guardia tiránida avanzó haciendo de parapeto al Señor de la Horda. Las escamas quitinosas repelieron los impactos de bólter, a Morpheus le hubiera gustado tener a mano el armamento de la deathwatch pero ahora era demasiado tarde. Esquivó el látigo orgánico de uno de los guardias tiránidos. Encendió su espada sierra y le cercenó parte del mismo. Sin dejar que la criatura pudiera reaccionar activó sus retros y se lanzó con el grito de guerra de los Lamentadores contra el Señor de la Horda.
Raphen paró el primer golpe del guardia tiránido, la espada ósea crepitaba endiabladamente mientras desgastaba la ceramita de su armadura. La fuerza de esa bestia era descomunal. Empezó a ceder ante su empuje. Como pudo deslizó su pistola y le disparó en el brazo de la espada, pudiendo escabullirse de su presa. Mientras tanto, Hedesiel intentaba mantener a raya a las criaturas pequeñas para que no se comieran a Trautaitorius. 

Darius finalmente se recuperó de sus mareos, a duras penas alzó el lanzamisiles y apuntó al tirano pero su capitán se precipitó a su encuentro. Entonces notó un pinchazo, una cuchilla le atravesaba el hombro. Se giró como pudo y vio un lictor ante él. La mirada del lictor parecía curiosa. El marine espacial por primera vez en su dilatada vida tuvo temor, no por la herida si no por esa mirada, comprendió que esos seres no eran meros seres sin alma. Quizás eran algo peor.

Morpheus no pudo hacer otra cosa que mirar como sus hombres caían ante los tiránidos. El tirano se balanceó evitando la embestida del capitán. 

—Pensaba que cazaría a la criatura tiránida más peligrosa, pero al final hemos sido nosotros los engañados, quizás todo esté perdido —Fueron sus pensamientos antes de que el tirano le atacara.

Continuará...

Espero que os haya gustado esta segunda parte de una historia mayor que estoy creando poco a poco y que enfrenta a mis dos ejércitos favoritos la flota enjambre tiránida y el capítulo de los Lamentadores. Además si os habéis dado cuenta, en este relato os he presentado a un Marine Espacial que apareció en una entrada mía anterior. ¿Alguien sabe quién es?

¡Saludos y nos vemos pronto!

2 comentarios:

  1. Me ha encantado!

    Tengo ganas de saber cómo sigue la cosa... Sobrevivirán a los ataques tiránidos Morpheus, Darius y sus hombres?

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    Respuestas
    1. Gracias Wolfen
      En un tiempo habrá una continuación, tengo el desenlace del relato en la cabeza pero en estos momentos estoy con un par de conversiones tiránidas y pintar varios Lamentadores.
      Por cierto, ¿a qué marine me refiería?

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