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26 de septiembre de 2017

Señor de los reinos - Continuamos con sorpresas

 Es hora de hacer las cosas a lo bestia


 Capítulo 2º: Un crimen imperfecto

    Draharis volvió a disparar a la bestia, pero esta vez no se inmutó mientras se trababa en un rudo combate contra los enanos, los cuales trataban de hostigar mientras Odrik buscaba la forma de recuperar su hacha propinando duros golpes con su almadena.

    Los pasos que daba la criatura hacían ahora retumbar el suelo, desequilibrando a los guerreros que afanosamente trataban de mantener en un reducido espacio a aquella cosa. William enfocó sus recientes conocimientos mágicos en sus aliados para infundarles el valor suficiente para hacer frente a la criatura y Thauric cargó con Lans al combate. Pasaron unos instantes en los que la criatura propinó una serie de golpes que lanzaron a varios enanos por los aires. Lans vio su oportunidad y lanzó su lanza a la criatura entre gritos de batalla, pero esta ignoró el impacto y Lans chocó su espada contra la pierna de la criatura, pero salió despedido unos metros hacia el agua de la marisma.
    Otra flecha de Draharis alcanzó a la criatura, la cual gritó de dolor mientras por sus fisuras antinaturales salía un fulgor verdoso brillante. Entonces Thauric llegó a la conclusión de que los brazos, y la cabeza, por donde iban esas juntas, debían ser partes más sensibles de aquel ser.
    -¡Apuntad a las extremidades superiores!
    Pegó un salto y propinó un duro golpe con su cayado a la criatura, que se balanceaba peligrosamente con violencia mientras profería rugidos antinaturales, hasta que finalmente fue de nuevo alzanzada por otra flecha en la cabeza y se deshizo en tierra en medio de una leve explosión arcana.
    Los enanos gritaron eufóricos y Odrik, con una extraña sonrisa, alzó su hacha rúnica victorioso.
    -¡Muchacha elfa, eres un orgullo para tu estirpe!
    Durante el camino de regreso al campamento minero los enanos ensalzaron la azaña que habían logrado y se sintieron muy agradecidos, dando las gracias a los valientes compañeros que les habían ayudado. Una vez allí, compartieron una buena comida mientras contaban lo sucedido y el valor mostrado, cosa que asombró tanto a Graams como a Petrus.
    Mientras se aprovisionaban y preparaban todo para irse, Odrik quiso hablar en privado con Draharis.
    -Chiquilla, quiero regalarte esto- dijo mientras desemvolvía un artilugio entre tela-. Es una ballesta mágica que perteneció a un buen amigo. Ahora es tuya. Los enanos sabemos pagar las deudas, y si piensas ir por estos parajes tan peligrosos, mejor que te la quedes tú. Tal vez te sea un poco pesada...
    Draharis la sostuvo con fuerza asombrada e ilusionada por la ofrenda. Sabía que los enanos no acostumbraban a hacer regalos, así que lo entendió como un absequio importante.
    -Es un honor, aunque no hacía falta. Es muy robusta...
    -Se llama El Halcón; brilla en sus ojos tallados cuando se va a disparar, proporcionando una fuerza demoledora. Ten cuidado al usarla. Ten, te daré un carcaj con virotes y la funda del arma.
    Draharis se sintió muy satisfecha, y le dio las gracias al enano mientras volvían con el resto.
    Lans bromeaba de la lucha con los enanos mientras Thaudric se mostraba reservado dialogando con Petrus la mejor manera de continuar el viaje. Draharis a pesar de estar contenta, seguía sospechando de Graams y su papel en todo esto. No se relacionaba con nadie y no había celebrado nada, parecía incomodarle la presencia de los enanos y se pasó todo el tiempo antes de partir dentro del carromato, y Draharis lo vio como una ofensa y empezó a sentirse incómoda en su presencia, decidiendo no quitarle ojo de encima. Sospechaba de él como el artífice del intento de asesinato de Petrus y le movía un altruismo que empezaba a rallar con la temeridad de saber si era cierto.
    Dejaron atrás a los enanos y continuaron su travesía por aquellas perdidas marismas por las que nadie osaba ya aventurarse y de las que habían salido todo tipo de rumores siniestros, los cuales nunca se habían confirmado por nadie realmente, lo que le daba un toque extravagante a toda la región. Pero ya eran conscientes de que seguramente estarían fundados en verdades escondidas aun y ellos estaban confirmándolas con su avance, que les llevó hasta el inicio de una antigua calzada de tiempos del viejo imperio muriano, perdida en aquella inmensidad.
    -Creo que tal vez deberiamos reconsiderar por dónde ir...- planteó Thauric.
    -Explícate -soltó Graams.
    -Bien... -continuó Thauric-. Se supone que podríamos, siguiendo el mapa, dar un rodeo hacia aquellas lomas no muy lejanas o seguir el camino que lleva hacia la bruma y, en teoría, hasta las ruinas de Kuldran.
    -Mmm... No me gusta... -dijo con cierto miedo William.
    Lans, que veía cómo todos discutían sin saber qué hacer, y en vista de la poca determinación de sus compañeros mercenarios, tomó la decisión de intervenir.
    -Basta de sandeces que nos retrasan. Pronto será de noche y está claro que es muy obvio el ir por la calzada; seremos un blanco demasiado fácil si alguien o algo desea atacarnos. Iremos por el flanco y esperemos que los dioses estén de nuestro lado cuando algo suceda.
    Todos aceptaron sin demasiadas quejas; peor era la alternativa de quedarse atrás o incluso regresar. Por el lento camino, Petrus continuó sus indagaciones hacerca del lugar y tombaba notas de los lugares vistos con la esperanza de poder regresar por el mismo camino si era menester.
    Tras deambular por las colinas que dieron paso a un terreno más agreste y pedregoso, bajaron con cuidado al anochecer hacia la orilla de una ciénaga más cerrada por las laderas cercanas.Allí instalaron un improvicado campamento en la entrada a una cueva en la orilla más ancha y comenzaron las guardias.
    Draharis había estado meditando con sumo cuidado acerca de Graams y su mala conducta, y durante el camino desde que dejaron a los enanos se había vuelto más reservada, escudriñando en sus alrededores mientras confabulaba el fin de tan irritante individuo del que tenía sus malas sospechas, sospechas que sólo se habían incrementado por su desdén para con los demás. De tal modo puso en marcha un plan siniestro con el fin de asesinarlo para dar la sensación de quedar sin culpa, con la idea de que su muerte tal vez, si sorprendiese, nadie desease ponerse en la línea de la acusación debido a que practicamente no caía bien a nadie. Y esperaba tener el respaldo de Thauric y de William.
    De tal modo avanzó el curso de los acontecimientos, que en mitad de la noche, cuando la guardia de los veteranos estaba a punto de relevarse, aprovechó para entrar en el carromato donde Graams y William dormian. Avanzó con cautela, pero no la suficiente, y cuando iba a cometer el tremendo crimen, Graams pegó un grito antes de morir desangrado por el cuello, levantando a todos con su alarido.
    William se levantó súbitamente y confuso vio en la oscuridad a Draharis, que le miró con fría determinación y se escabulló por la parte trasera con las manos manchadas de sangre fresca.No tardaron en hacer acto de presencia Petrus y Lans, que quedaron anonadados ante la situación. Todos comenzaron a buscar a gritos en la oscuridad a Draharis, que no aparecía mientras Thauric intentaba consolar y sonsacar información al desquiciado William, que aun no creía lo que había visto.
    -Muchacho, vamos, dime quién hizo esto -le espetó con los ojos muy abiertos-. Existen seres que pueden turbar nuestra mente y hacernos ver cosas horribles. Existen los poltergeist, espíritus inquietos y otros seres infernales que pueden poseer nuestro espíritu y atarlo en... las tinieblas.
    Aquella monserga escalofriante teminó por desquiciar al joven William, que cogió sus cosas y fue corriendo a buscar a su tío Petrus antes de que otro ser de las tinieblas lo hiciese primero.
    Draharis estaba osculta en la caverna, y tras ver pasar a Lans y los mercenarios gritando su nombre por las profundidades, salió de su escondrijo y habló con Thauric, al que confesó su crimen; Thauric estaba asombrado y, si bien era verdad que el tal Graams era una persona desagradable en el trato, no vio aquello con buenos ojos, si bien era cierto que, llegados a tal punto, era mejor prevenir que curar un crimen inmediatamente y perder por un juicio demasiado severo a la elfa. Oyeron a los mercenarios venir y Draharis miró con cierta angustia a Thauric, sabiendo que estaría en una muy mala situación si decidía no estar de su parte, pero este le hizo un gesto con la cabeza indicándole el carromato, y se escondió en él, mientras indicaba a los mercenarios que había oído algo por la ladera.
    Salieron juntos a la orilla y Thauric, sin mediar palabra, le golpeó rudamente con su cayado a la altura del pie, lo que hizo caer a Draharis dolorosamente al suelo.
    -¡¿Qué?! -preguntó ella desconcertada.
    -Hago esto por tu bien, aguanta unos cuantos golpes más en la lumbar y límpiate esa sangre. ¡Rapido! Di cuando vuelvan que alguien te atacó y te arrebató tu daga para cometer el crimen.
    Draharis se introdujo en el fango un poco y se empezó a limpiar la sangre cuando ambos oyeron una serie de terroríficos aullidos. Thauric tragó saliva y Draharis se quedó muy quieta.
    -Eso no son simples lobos -dijo en susurro Thauric.
    William había encontrado a su tío, y mientras le contaba lo terrible de la situación, y ante la incredulidad de su tío, contempló cómo unas bestias lupinas de temible aspecto aparecían a la luz de la luna con un porte siniesro entre el rocedal de granito de las lomas. Ambos contemplaron cómo iniciaban un rápido descenso hacia ellos. Inmediatamente, Petrus empujó a William y le espetó a que huyera mientras adoptaba una postura de guardia desemvainando su espada.
    Los mercenarios aparecieron cuando el combate ya resultaba un poco confuso pero no menos aterrador, trabandose en combate contra aquellas fieras lupinas mitad hombre mitad bestia, que se movían como un animal pero con una maligna astucia propia de los hombres. William estaba aterrado; había leido historias acerca de la licantropía, una extraña maldición que convertía a los hombres decentes en bestias obligadas a deambular al amparo de la noche buscando a presas para saciar su apetito.
    Sin duda aquellas experiencias fuera de la tranquilidad de la villa le estaban perturbando y su cerebro se puso a sacar conclusiones sobre lo vivido: los monstruos, el asesinato de Draharis y ahora aquello; demasiadas viviencias horribles para su atormentada alma que minaban su espíritu y nublaban su juicio y temperamento. Observó con pasmo cómo aquellas criaturas destripaban y devoraban a los mercenarios y cómo Lans y Petrus luchaban valerosamente por su vida; no supo reaccionar, preso del pánico y la duda.
    Entonces el más grande de aquellos monstruos derribó a Petrus cayendo su antorcha delante de él.
    -¡Huye William! -gritó instantes antes de ser arrastrado a las tinieblas.
    Miró a su alrededor aterrado, contemplando cómo Lans lanzaba espadazos en rápidos arcos junto a la antorcha que sostenía en la otra mano.
    -¡VAMONOS, VAMONOS, HAY QUE REPLEGARSE!
    En las inmediaciones de la cueva, Thauric y Draharis, aun confusos, se percataron de que los caballos se encabritaban nerviosos y Thauric trató de calmarlos en el umbral de la caverna.
    -Escucha -dijo drajaris señalando al interior de la cueva.
    Varias criaturas se acercaban correteando aprisa desde el interior, retumbando sus pisadas de forma ensordecedora y su respiración, agitada y violenta, era el aviso de un ataque inmediato. Thauric invocó un gran golem de barro con la esperanza de repeler el envite de lo que viniese mientras preparaban el carromato para escapar. A la dévil luz de las ascuas de la hoguera se vislumbró la presencia de viarias criaturas cuadrúpedas peludas, tal vez lobos, luchando violentamente contra el golem, que obstruía la entrada de la cueva a unos metros del umbral.
    Ambos prepararon el carromato y decidieron esperar unos instantes con la esperanza de recibir ayuda, pero sólo apareció William moqueando y balbuceando.
    -¡VAMONOS POR LOS DIOSES, TODOS HAN MUERTO!
    El miedo se apoderó de la situación y al caos reinante le acompañó una huida precipitada ladera arriba en mitad de la noche huyendo de un mal incierto para algunos y una muerte segura para otros. El terreno pedregoso hizo que el carromato se balanceara peligrosamente con dificultad en la sujección. La luz de la luna bañó el pinar cercano y los ábroles, que por el viento daban una sensación terrorífica como si quisiesen escapar también, acongojó a todos, mientras trataban de no caerse del carro, que daba tramandos botes a ratos en los que algunos enseres volaban y otros se perdían en la noche.
    -¡Nos persiguen! -gritó Draharis.
    Aquellas bestias decidieron terminar su caza nocturna persiguiendo a su presa de forma definitiva, y entre los pinos se vislumbraba una inferioridad numérica pasmosa.
    -Matad a esos bastardos -dijo Draharis mientras alcanzaba a uno de aquellos seres con su ballesta.
    La persecución les llevó por un sendero recubierto de maleza por el que descendieron vertiginosamente con una parada en seco en mitad de los juncos y del cieno. Draharis y Thauric salieron despedidos a la parte delantera del carromato junto al cadáver de Graams.
    -¿¡Estais todos bien!? -preguntó William.
    Draharis bajó de un salto.
    -Escuchad -dijo mientras alzaba la mano en señal de silencio-. Parece que ya no nos siguen.
    William se llevó las manos a la cabeza entre llorozos.
    -Esto es una locura...
    -Tranquilo muchacho, tal vez todos no hayan muerto...
    William le miró con los ojos muy abiertos con una mueca de desaprovación.
    -Thauric, esas cosas se llevaron a mi señor tío; ella ha matado a Graams sólo por sus sospechas y ahora estamos perdidos. Y para colmo de males he perdido mi mochila con el libro de mapas. Estamos perdidos y condenados.
    -Deja de llorar William. Aun no hemos escrito nuestro epitafio; ¿qué es lo que se ve por ahí? -espetó Draharis dispuesta a salir adelante.
    La bruma reinante dejó entrever unas ruinas élficas de arcos apuntados y entonces vieron una estructura que se podía, tal vez, asemejar a un templo derruido.
    Thauric, con ayuda de William, curó a los caballos, malheridos por las circunstancias y un descenso demasiado precipitado, y empezaron con el uso de la magia a intentar sacar del fango el carromato lentamente.
    -¿Draharis, qué opinas? -planteó temeroso William.
    -Creo que es nuestra oportunidad de salir de aquí.
    -Algún día deberás responder por tus pecados... -le dijo con cierta firmeza.
    Draharis lo ignoró, aunque sabía que llevaba razón; el tiempo seguramente colocaría a cada uno en su lugar.
    Thauric observó con mayor detalle el lugar; el paso del tiempo había dejado olvidada una hermosa estructura que en su día debió de ser una gran joya arquitectónica; a modo de templo antiguo, tenía características humanas y élficas, con lo que sacó la conlusión de que debía de tratarse de algún santuario élfico levantado con una mezcla de mentes humana y élfica, debido al choque cultural del imperio colonial élfico, de los tiempos en los que los elfos llegaron al contiente de Lotern por primera vez, y el antiguo imperio muriano del sur de Lotern; una obra de arte sin duda.
    -Es un santuario... y tal vez, estemos más cerca de algo que al comienzo de todo esto.
    William, superado por las circunstancias, entristecido y desalentado, empezó a improvisar una tumba con rocas para el asesinado bajo la atenta mirada de Thauric y Draharis.
    -La fe es lo único que nos queda.



CONTINUARÁ...

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