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23 de mayo de 2018

Cuento - El legionario presumido


Muy buenas a todos. Continuando con la entrada publicada ayer por Harec, he decidido hacer un cuento... ¿por qué no? En este caso es la ratita presumida pero al estilo de 40k, lleno de referencias constantes al original, que por cierto puede leerse aquí. Para que los grandes y pequeños disfrutemos de este despiadado universo.


Érase una vez un guerrero de la Legión de los Hijos del Emperador llamado Florindo que vivía en un pecio espacial con otros traidores al Imperio. Como era muy recatado y trabajador, su habitáculo siempre estaba limpio y ordenado, a excepción de los pellejos colgantes de la entrada, fruto de las torturas que daba a los prisioneros que capturaba en sus incursiones. Cada mañana la decoraba con flores, gemas y preciosos cuadros hechos con sangre humana fresca que desprendían un delicioso perfume, extraño y corruptor, y siempre reservaba una diadema de joyas para su pelo, pues era un guerrero muy coqueto antes de liberar su faceta sádica.

Un día estaba en la entrada mientras su servidor mecánico limpiaba y se encontró una reluciente moneda de oro.

– ¡Oh, qué suerte la mía! – exclamó el Hijo del Emperador.

Como era muy presumido y le gustaba ir siempre a la moda, o al menos lo que él consideraba tal cosa, se puso a pensar en qué bonito complemento podría invertir ese dinero.

– Uhmmm… ¡Ya sé qué haré! Iré a la tienda de la esquina, la del mechanicum oscuro, y compraré una preciosa corona para mi apuesto rostro.

Metió la moneda de oro en su bolsa de tela, se puso la armadura de remaches de brillantes colores y se fue derechito al factorum. Eligió una corona de acero que realzaba su bello rostro deforme por la disformidad y su estilizada figura.

– ¡Estoy guapísimo! – dijo mirándose al espejo – Me sienta realmente bien.

Regresó a su habitáculo y se sentó en el jardín de restos humanos que daba a la calle principal para que todo el mundo pudiera verle. Al cabo de un rato, pasó por allí un guerrero Devorador de Mundos muy altanero.

– Hola, Florindo. Hoy estás más hermoso que nunca ¿Quieres que olvidemos la rivalidad entre nuestros dioses y nos unamos para realizar una incursión conjunta?

– ¿Y por las noches qué harás?

– ¡Sangre para el Dios de la Sangre! ¡Cráneos para el Trono de Cráneos!

– ¡Uy no, qué horror! – se espantó el guerrero – Con esos berridos yo no podría dormir, y eso que apenas duermo.

Poco después, se acercó un fétido guerrero de la Guardia de la Muerte con cara de bonachón, al menos la mitad que quedaba de ella.

– ¡Pero bueno, Florindo! ¿Qué te has hecho hoy que tienes una apariencia tan magnífica? Me encantaría que fuéramos a profanar mundos imperiales en la misma partida de guerra… ¿Te animas, colega?

– ¿Y por las noches qué harás?

– ¡Gloria al padre Nurgle!

– ¡Ay, lo siento mucho! ¡Con esas fétidas alabanzas y este hedor yo no podría dormir!

Todavía no había perdido de vista al Guardia de la Muerte cuando se acercó un guerrero de los Guerreros de Hierro que siempre había querido luchar con él para mayor gloria de los Dioses del Caos.

– ¡Buenos días, hermoso Florindo! – le dijo – Todos los días nos deslumbras con tu belleza pero hoy… ¡Hoy estás impresionante! Me preguntaba si querrías unirte al saqueo de Omegon IV.

El guerrero de los Hijos del Emperador ni siquiera le miró. Siempre había aspirado formar parte de una hueste grande y gloriosa y desde luego la del Guerrero de Hierro no entraba dentro de sus planes.

– ¡Déjame en paz, anda, que estoy muy ocupado hoy! Además, yo me merezco un premio mejor que ese penoso Omegon IV.

El hijo de Perturabo, cabizbajo y con pena en su mirada, se alejó por donde había venido.

Los conductos de aire del reactor del pecio calentaban mucho cuando por delante de su jardín, pasó un deslumbrante guerrero de los Amos de la Noche. Sabiendo que era imponente, el guerrero se acercó seguro de sí mismo y mostrando todas las distinciones obtenidas en batalla.

– Hola, Florindo – dijo con una voz tan melosa que parecía un actor de cine. – Hoy estás más deslumbrante que nunca y eres la envidia del pecio espacial. Sería un placer si quisieras sumarte a nuestra incursión. Te trataríamos como al guerrero que eres.

El Hijo del Emperador se emocionó. El de los Amos de la Noche era un guerrero realmente poderoso ¡Un distinguido líder, destacado y envidiado por todos!

– Sí, bueno… – dijo haciéndose el interesante – Pero… ¿Y por las noches qué harás?

– ¿Yo? – contestó el guerrero – ¡Qué pregunta es esa! ¡Limpiar mis armas y despellejar cadáveres para adornar mi poderosa armadura!

– ¡Pues a tu incursión me he de sumar! – gritó el Hijo del Emperador emocionado – ¡Anda, pasa, no te quedes ahí! Te invito a tomar un poco de esta deliciosa alma destilada. - Dijo meneando un frasco que brillaba ligeramente.

Los dos entraron en el habitáculo. Mientras el confiado guerrero preparaba  la la bebida, el guerrero de los Amos de la Noche se abalanzó sobre él y trató de decapitarle. El Hijo del Emperador gritó tan fuerte que el Guerrero de Hierro, que aún andaba por allí cerca, le oyó y regresó corriendo en su ayuda. Cogió una espadasierra y echó a golpes al traicionero legionario de tonos tormentosos.

Florindo se dio cuenta de que había cometido un grave error: se había fijado en las apariencias y había confiado en quien no debía, despreciando al Guerrero de Hierro que realmente le valoraba por sus habilidades y había puesto su vida en peligro para salvarle. Agradecido, estrechó su mano y selló con sangre su acuerdo. Pocos días después, organizaron una agresiva incursión en Omegon IV y asesinaron a miles de millones de inocentes en una purga sangrienta para mayor gloria del caos.

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