"Hace calor, las toñas se reparten" |
Muy buenas a todos, lectores. ¿Cómo va ese verano? hoy os dejo otra continuación del trasfondo de Sanctus Reach - El Waaagh Rojo. ¡A disfrutar del buen tiempo!
LOS CABALLEROS CONTRAATACAN
A pesar de prepararse intensamente, los defensores de la Guardia Imperial estaban recuperándose de la intensidad del ataque Orko. Los nobles de todas las casas de caballeros se adentraron en la refriega a bordo de sus titánicas máquinas de guerra decididos a demostrar su temple en combate. En enfrentaron a la horma de su zapato cuando los Orkos revelaron un arma secreta de su invención...
Las armas de vapor gruñeron y las juntas rechinaron estremeciéndose mientras las máquinas de adamantium de los nobles de Alaric Prime avanzaban contra la horda Orka. En conjunto los Caballeros llegaban a las dos docenas. Los guerreros más destacados de las casas Velemestrin y Brahmica se lanzaron al combate siguiendo al señor Gaulemort Kestren, que estaba deseoso de demostrar su valía. Los cañones de batalla de fuego rápido resonaron, cada explosión provocada era seguida rápidamente por la siguiente creando una escena dantesca de muerte y explosiones.
Las oleadas de Orkos que se abrían paso hacia ellos se desparramaban en todas direcciones debido a las explosiones. Gigantescos chorros de sangre carmesí llenaban el aire como fuegos artificiales allí donde los disparos impactaban. En lo alto, dentro de sus cabinas en sus Caballeros Paladines, los nobles de la casa Terryn jadeaban como lobos en plena caza. Dindh de la casa Brahmica rió debido a la histeria por el deleite de tan gloriosa batalla. En lo alto de los muros de sus fortalezas, los oficiales cadianos observaban la situación atentamente, mientras que ordenaban por sus vocotrasmisores los repliegues y contracargas de los defensores de Alaric Prime. Los Caballeros seguían erradicando decenas y decenas de invasores xenos mientras algunos misiles perdidos de los Orkos impactaban contra sus escudos de iones o rebotaban contra las gruesas placas de blindaje sin provocarles daño real alguno. Los nobles de las casas de este planeta no eran ajenos a la guerra en absoluto.
Los paladines del señor Gaulemort irrumpieron entre los montones de cuerpos xenos destrozados del campo de batalla; con las frías patas de metal de sus máquinas de guerra aplastando pielesverdes contra el barro allá donde se posaban, haciendo que la propia tierra temblara. Los gigantescos yelmos de los caballeros giraban a izquierda y derecha, buscando los tótems y estandartes enemigos que indicaban la presencia de sus líderes para después bombardearlos una y otra vez. Tras su estela llegaron los Caballeros Errantes de las casas Velemestrin y Brahmica, con sus ametralladoras pesadas disparando fuego de supresión, acabando con los xenos de sus flancos acompañados de los disparos de sus cañones termales que destrozaban los ingenios de guerra Orkos que sobrevivieron a la masacre. Trabajando como uno solo, los Caballeros fueron aniquilando sistemáticamente a los Orkos hasta abrirse paso hacia el corazón de la inmensa horda pielverde. Un rastro de ennegrecida y humeante destrucción se extendía tras ellos mientras aplastaban, reventaban y aniquilaban a todo lo que se cruzaba en su camino hasta el corazón de la horda. Los Orkos empezaron a responder al ataque, lentamente al principio, pero aumentaba a cada minuto que pasaba. Como si fuera el fin de la separación de un mar, los pielesverdes fluyeron como el agua hacia los Caballeros, después empezaron a meterse entre ellos y a rodearlos, aislándolos por completo de sus aliados cadianos y empezaron a concentrar sus disparos en los flancos y la retaguardia de sus máquinas de guerra.
Las órdenes gritadas por Stein a través de sus voco-transmisores crepitaban en los coros de comunicación de cada noble. Una orden tras otra eran silenciadas por los Caballeros. Era su hora de matar y se había acercado demasiado a la garganta de su enemigo como para retroceder ahora. Los paladines de la casa Kestren se adentraron en lo más profundo de la horda, con sus escudos de iones configurados para proteger su retaguardia. Las espadas sierras segadoras aplastaban sin contemplaciones a los destartalados andadores Orkos hasta convertirlos en chatarra. Muchos pielesverdes empezaron a retirarse en desbandada cuando más y más proyectiles de cañón de batalla y de fusión impactaban entre sus filas. Los Caballeros habían llegado hasta las lindes de la mayor de las naves oxidadas de los Orkos, pero su verdadero objetivo no se encontraba por ningún lado. Las máquinas de guerra fueron rodeadas y su descarado desafío a la hueste xenos iba a ser respondido con fuerza.
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Rolundus Velemestrin pudo oír la sangre golpeando en sus oídos cuando se adentró en la aparatosa barcaza en su armadura de Caballero, apodada el Guantelete. Atrapado entre tuberías y cables en el interior de su Trono Mechanicum, se giró hacia los Orkos a sus pies, haciendo que su punto de vista le hiciera sentirse como un dios vengador. Mientras se aproximaba a la horda envió un neuropensamiento silencioso al gatillo de su ametralladora pesada, haciendo que esta resonara con fuerza en su vuelta a la vida, con sus rápidas explosiones acalladas por las placas visuales del yelmo de Caballero. Fuera de la nave, entre el humo y la sangre, los Orkos estaban siendo sacrificados a cientos; muchos de ellos muriendo entre gritos mientras eran aplastados por los gigantescos pies de los Caballeros. Otros eran abatidos por las balas de gran calibre de las ametralladoras pesadas, con sus pequeñas armas de fuego disparando inútilmente contra la armadura de la máquina de guerra.
Rolundus pudo sortear el temporal, ajeno a los fútiles ataques alienígenas. El parpadeo ámbar constante en su cuadro de mandos indicaban la disminución de munición de ametralladora pesada y las líneas de luz fantasmagórica que se encargaban de guiar a las armas para poder apuntar a sus objetivos. Solo cuando la sombra de la rojiza nave se alzaba sobre él fue capaz de hacer un auténtico balance de cómo estaba yendo la batalla y como esta era mayor de lo que esperaba. Observó a través de sus placas visuales, entre las runas superpuestas y la información neuronal que iba inundando su cerebro: sus augures estaban identificando a guerreros alienígenas con armamento pesado acercándose desde todas direcciones. Líderes bestiales empujaban a los guerreros menores para que mantuvieran el fuego constante sobre los camaradas Caballeros de Rolundus, acercándose a estos desde detrás. Rolundus apretó el gatillo de su cañón de batalla con un impulso brutal para girar y disparar, con sus proyectiles desgarrando una peña tras otra de Orkos en rápida sucesión.
De repente, el noble retrocedió en un estado de shock cuando del humo surgió una gigantesca garra metálica que golpeó las placas visuales del Caballero. Rolundus contempló con horror como una grieta se mostraba ante él en su cuadro de mandos, haciéndose más y más amplia con dolorosa lentitud como una tela de araña. El humo aceitoso y el espeso olor de la sangre se filtraron al interior de su máquina de guerra. Una inmensa efigie Orka acaparó por completo lo que mostraban sus placas visuales, con su estruendoso brazo sierra alzada para golpear. Entonces su mundo explotó en una luz multicolor y Rolundus Velemestrin dejó de existir.
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LA LLEGADA DE GRUKK
El aire estaba saturado con el ensordecedor sonido del metal torturado mientras un lateral completo de la nave destartalada Orka empezó a ceder y caer. Un bloque de hierro oxidado más grande que un bloque de habitaciones de una ciudad colmena se desplomó, ocultando el sol a todos los Caballeros que se hallaban demasiado cerca de la nave. Seis de ellos impulsaron sus máquinas de guerra marcha atrás, aplastando a montones de Orkos bajo sus pies ya que tenían una enorme multitud a sus espaldas. El Caballero de rayas anaranjadas de Vocus no fue tan ágil y, paralizado por culpa de los sopletes de una horda de pirómanos pielesverdes, pudo hacer poco más que disparar el cañón de batalla hacia las alturas en un intento de detener la placa de inmenso tonelaje que se cernía sobre él.
La preciada armadura de Caballero de Vocus fue aplastada como una lata de comida vacía bajo el pisotón de una bota. La explosión provocada por la detonación del Caballero fue acallada por el inmenso impacto del flanco de la nave contra el suelo, provocando un temblor y onda de impacto tremendos. Una tormenta de polvo y partículas de hierro atravesaron todo el campo de batalla, cegando a los pielesverdes y a los Caballeros ante las ondulantes líneas defensivas cadianas. Como uno solo, los Orkos rugieron de aprobación, golpeándose el pecho y abalanzándose al frente contra los aturdidos defensores, aprovechando la oportunidad de cargarles ahora que estaban despistados. Con sus objetivos ocultos por la tormenta de arena, las descargas de los cadianos erraron sus blancos. Y así, la marea verde que a duras penas estaba siendo mantenida a raya irrumpió en las fortificaciones cadianas como un río lo hace cuando revienta una presa.
A esa distancia era cuando los Orkos eran más letales. Privados del apoyo de su armamento pesado para apoyarles, pelotones y pelotones del Astra Militarum murieron ante la carga xenos. Tribus de bárbaros y maniáticos pielesverdes empezaron a aplastar cabezas y a hundir hachas con dientes de sierra en las caras de sus aturdidos enemigos humanos. Una orgía de violencia sin parangón se extendió por doquier y las bayonetas de los cadianos apenas daban a basto para ralentizar a los temibles monstruos que rugían y mordían a todo lo que se cruzaba a su paso. En cuestión de un minuto la vanguardia Orka había destrozado ampliamente el frente cadiano. Cuerpos destrozados y armamento pesado ahora silenciado era arrojado contra los demás pelotones a modo de desafío antes de que una nueva carga se produjera.
A los lados de las naves oxidadas de los Orkos, las nubes de humo ocre empezaban a aclararse. Los nobles supervivientes quedaron horrorizados cuando la cortina de polvo se desvaneció, mostrándoles una dantesca imagen de destrucción. Tambaleándose hacia el exterior de la nave oxidada se alzaba una especie de dios orkoide viviente hecho de metal, con su titánica y beligerante apariencia mostraba además una inmensa panza. La bestia era tan enorme que los Caballeros a su alrededor parecieran pequeños mutantes encorvados frente a un gigantesco Ogrete con sobrepeso. Uno de los brazos de la efigie, con un cañón más alto que cualquiera de sus adversarios, disparó, desafiante. El Caballero de Faragheist cayó hacia atrás, con su escudo de iones sobrecargado y con las extremidades blindadas hechas añicos. Con sus voco-amplificadores de guerra retumbando a modo de respuesta, el Caballero Luminer subió las oxidadas rampas de la nave y se puso al alcance de la bestia. Su espada sierra segadora se internó en la plateada barriga de la efigie, provocando una enorme fuga de agua aceitosa. A modo de respuesta la monstruosidad destartalada lanzó un cohete casi a quemarropa. La explosión hizo que la armadura de caballero de Luminer perdiera el equilibrio el tiempo suficiente para que la bestia pudiera efectuar un arco con su grotesca garra-sierra. El Caballero Luminer no estaba cortado en dos pero estaba dañado más allá de cualquier posibilidad de recuperación, cayendo de rodillas momentos antes de que la monstruosidad Orka despedazara su ahora cadáver en una docena de trozos.
Grukk es mucho Grukk xDDD
ResponderEliminarEs un personaje que ojalá no caiga en el olvido
Yo tampoco, pues la verdad es que tiene chicha.
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