Hola a todos los lectores de
Profanus40k, al acabar la trilogía de los Lamentadores me quedé con ganas de seguir escribiendo y prolongando las aventuras y desventuras de estos melancólicos Astartes que siempre han tenido una extraña reputación, temidos y odiados a la par. En este caso he querido pronfundizar un poco más en las historias personales de los protagonistas de los relatos anteriores y dar algo más de información de ellos y del trasfondo tan rico que tiene Warhammer 40,000 añadiendo mi granito de arena al mismo.
Como en los anteriores relatos tuve la inestimable ayuda de mi amigo Lord Garkas del foro menteenjambre. Sin más preámbulos os dejo con... Recuerdos del pasado.
Morpheus despertó, tenía un dolor de cabeza muy fuerte, como si tuviera agujas clavadas detrás de los ojos. Era un dolor crónico y constante. Al abrir los ojos se vio postrado en una cama, sus brazos y piernas estaban sujetas por una especie de grilletes metálicos que no le permitían prácticamente moverse. Respiraba a través de una máscara de respiración asistida. Las correas de la misma, le apretaban ligeramente en el mentón y los pómulos. Giró la cabeza y vio que estaba conectado a una maquina. Varios tubos que salían de ella recorrían el suelo hasta llegar a su cama y se conectaban a él. Quiso mover su cuerpo pero no le respondía, lo notaba entumecido.La luz de la habitación parpadeaba, todo parecía estar en calma. De repente escuchó un ruido, provenía de fuera de la sala. Se pasó del silencio y la calma a una actividad bulliciosa allí fuera, sin embargo algo de la sala le llamó la atención, un servocráneo flotaba junto a él. No sabía de dónde había salido. Las cuencas de sus ojos estaban oscuras, parecía ciego, era repulsivo pero no podía dejar de mirarlo. Entonces empezó a iluminarse.
—El sujeto 12.35 ha despertado —dijo el servocráneo, con una voz gutural.
Al cabo de un rato la puerta se abrió y entró un servidor, su cuerpo deforme y mecánico tambaleándose al andar. Se acercó a la computadora, conectó su brazo biomecánico a ella y permaneció allí un tiempo comprobando las constantes vitales del capitán, mientras recitaba palabras ininteligibles.
—Capitán Morpheus, parece estar en perfectas condiciones —dijo el servidor mientras sus dientes chirriaban al abrir y cerrar la boca—. Prepararemos sus vestimentas y podrá reincorporarse, señor.
El servidor se retiró cuando entró el personal auxiliar con la indumentaria del capitán. El servidor se fue tal como vino, renqueando. No le trajeron su armadura de marine, le vistieron con ropas más cómodas. Mientras le ayudaban a ponerse sus vestimentas, notaba que su cuerpo no le respondía como hubiera deseado. Parecía que hubiera pasado largo tiempo postrado, su piel era más blanquecina de lo normal.
—Por favor, acompáñeme señor —le pidió uno de los sirvientes.
El capitán siguió al joven, no reconocía aquellos pasillos pero sentía que le eran familiares, tenía lagunas en sus recuerdos y no le permitía discernir donde se encontraba. Lo último que recordaba era a aquella bestia, el Señor de la Horda, estampándolo contra el suelo con gran violencia. Le perturbaba no saber qué había pasado, ¿sus hombres estarían vivos? Sus pensamientos le llevaron a otro lugar, a su planeta natal con su hermano Raphen. Morpheus nació en un planeta remoto y alejado del sistema de Altera, en un planeta situado en los límites del sector Charadon, donde reinaba con puño de hierro el Archipirómano Snagrod. Su Waaagh orko rivalizaba en poder con Ultramar.
Morpheus dejó de fijarse en los pasillos, estancias y ascensores por los que iba cruzando y sus pensamientos le llevaron a las historias que le contaba su hermano mayor Raphen. El planeta de Morpheus era rico en fauna y flora, un paraíso en vida que finalmente fue arrasado con la llegada de un pecio orko del Waaagh orko de Charadon. Los orkos acabaron con las defensas planetarias y se divirtieron destruyendo cualquier oposición que encontraron a su paso. Esclavizaron a todos los humanos que no se les opusieron y se los llevaron a trabajar al mundo minero de Matadero III. Incluso los niños y las mujeres eran obligados a trabajos forzados. Esto ocurrió al comienzo de la Cruzada Corinthia.
Los Ultramarines se vieron obligados a pedir ayuda para limpiar la región de Charadon tras las constantes provocaciones orkas. Los Lamentadores respondieron al Señor del Capítulo Marneus Calgar como pago a una vieja deuda por el rescate de sus tropas en el desastroso Sitio de Corillia, desplegando una fuerza de 300 Lamentadores para servir en la Cruzada. Participaron sin descanso, acabando con la amenaza pielverde a lo largo de todo el Sector. Pero fue la liberación del mundo Matadero III, un engranaje vital en el creciente poder del ¡Waaagh!, el que para bien o para mal resultó ser el punto de inflexión del Capítulo en la campaña.
Conmovidos por la situación de los humanos esclavizados y enviados a ese planeta minero sin posibilidad de regresar a sus mundos natales, los Lamentadores solicitaron al comandante de la Cruzada el objetivo de atacar Matadero III. Marneus Calgar accedió de mala gana porque su localización, en las profundidades del sector de Charadon, lo hacía una misión probablemente suicida para cualquier ejército inferior a todo un grupo de batalla. Los Lamentadores se deslizaron entre las líneas orkas y acabaron rápidamente con sus defensas orbitales y con cualquier resistencia pielverde en un asalto sin piedad. Los prisioneros se levantaron en armas y se unieron a la refriega al ver el valor de los astartes y, unas pocas horas después, el planeta estaba en las manos de los Lamentadores. Pero la liberación de tres millones de prisioneros humanos provocó un problema imprevisto: ahora debían protegerlos de sus enemigos. No podían dejarlos atrás porque perdieran la vida con la vuelta de sus captores, pero no tenían capacidad para llevárselos a todos, por lo que decidieron luchar y morir noblemente. La solitaria Barcaza de Batalla y menos de 200 Hermanos de Batalla supervivientes se mantuvieron en pie frente a las constantes oleadas de los bombarderos orkos.
Para mayor desgracia del capítulo un número sin precedentes de Lamentadores sucumbieron a la Rabia Negra en la sangrienta lucha. Los esclavos liberados viendo la situación desesperada de los astartes, se encargaron de de decantar la balanza a su favor; después de una última oración al Emperador, contactaron con la Barcaza de Batalla de los Lamentadores y pidieron una muerte misericordiosa, sabiendo que al menos morirían como hombres libres y no bajo las garras de sus captores orkos. Con otra flota pielverde atacando en masa, los Lamentadores no tuvieron otra opción y detonaron cargas sísmicas que habían colocado por las minas de Matadero III, colapsando los túneles. Las explosiones en cuestión de minutos crearon una de las mayores tumbas planetarias de la historia imperial. Con menos de 100 Hermanos de Batalla en pie, la maltrecha pero indomable Hija de las Tempestades escapó del Sistema Matadero, seguida de un puñado de transportes orkos reconvertidos por los Tecnomarines del capítulo, las cuales transportaban a menos de una décima parte de los esclavos liberados, principalmente mujeres y niños. Entre ellos estaba un joven Raphen, con su madre y un pequeño al que llamaban Morpheus, que después fueron entregados al cuidado de las Órdenes Hospitalarias.
En términos militares, la liberación del mundo minero había sido un rotundo éxito; la destrucción de sus minas había hecho descender la producción de material bélico y causado conflictos internos entre los diferentes clanes que competían por la riqueza mineral del Sistema Estelar. El éxito de la misión llevada a cabo fue ensombrecido por las desafortunadas pérdidas de vidas humanas. La "victoria" les sabía a cenizas a los Lamentadores. Angelo, señor las diezmadas fuerzas de los Lamentadores, tomó la decisión casi inaudita de rechazar el halo de hierro que Calgar les ofreció personalmente como recompensa por sus esfuerzos. Esto fue visto por algunos como un insulto, pero Calgar comprendió el dolor que había en sus corazones y los dejó marchar a sabiendas de que el resto de fuerzas aliadas hubieran querido que los castigara por tal afrenta.
Durante el viaje de regreso a su hogar, los Lamentadores aceptaron en sus filas a varios jóvenes que encontraron en las bodegas de la Hija de las Tempestades. Entre ellos estaba Raphen.
—Algún día volveré por ti —dijo Raphen al pequeño Morpheus, antes de escapar del centro de cuidados de las Órdenes Hospitalarias.
—Señor, hemos llegado —le dijo el joven sirviente, sacando a Morpheus de sus pensamientos.
Ante él se encontraba una puerta inmensa la cual estaba ornamentada con decoraciones en oro y plata y en el centro el símbolo de su capítulo, el corazón sangrante. Por fin supo donde se encontraba, ¿cómo no se había dado cuenta antes? Era el acceso al puente de mando de la Mater Lachrymarum. La puerta se abrió lentamente, una voz tenebrosa se oyó —Morpheus, ya era hora que despertara: Entre, le estábamos esperando—. El capitán entró en la sala, que se encontraba en penumbra, mientras el sirviente se retiraba a sus quehaceres. La puerta se cerró detrás de él.
CONTINUARÁ...
La historia no acaba aquí, espero haberos dejado con más dudas y sobre todo con más ganas de seguir leyendo esta historia que no se donde me llevará. Ni yo mismo lo sé, jajaja.
Por cierto, quiero dar las gracias a Wikihammer por la labor que llevan haciendo desde hace mucho tiempo. Sin ellos no habría podido hacer este relato, gracias por sus traducciones de todo el trasfondo de este maravilloso universo.
¡Nos vemos pronto!
Tremendo. Con ganas de ver dónde te llevará la historia.
ResponderEliminarBuen relato colega, vamos, danos sangre!
ResponderEliminarMe encanta!
ResponderEliminarMe encanta!
ResponderEliminarTengo muchas ganas de leer más